He visitado Francia
por tercera vez, he intentaré dar una opinión mínimamente respetable. Partiré
de que los franceses se quieren. Tienen ese estigma de las personas que,
sabiéndose diferentes, no les importa mantener ese estatus de distancia.
Esta vez, crucé los
Pirineos desde Pamplona. Sálvese quien pueda si no es usted un ciclista que
esté haciendo el Tour de Francia. Ahí observamos la ausencia de carreteras
convencionales con dos carriles. No hay problema, hay autopistas de peaje a
todas partes. Comienza el característico olor del queso fuerte o la
tranquilidad circulatoria que te imbuye cuando entras en Francia. La forma de
conducir de estos galos no tiene nada que ver con la nuestra. Solo adelantan
cuando pueden, no atascan el carril izquierdo y te pitan si cometes alguna
atrocidad cómo pasarte la velocidad reglamentada o salir de un semáforo antes
de que se ponga en verde.
Enseguida
aprendes sus palabras más repetidas “pardón” o “s´il vous plait”. Si preguntas
algo a un francés, éste con amable sonrisa te pedirá el plano, le dará cuatro
vueltas, se rascará la cabeza y mirará a quien tenga al lado. Luego en francés,
solo en francés, -“no english, no spanish”- te dará una explicación detallada. Supongo
que cada francés conocerá la lengua de la zona donde habita, pero nadie se
imaginaría a un francés expresándose con un extranjero en alsaciano, bretón o
en occitano-gascón. Eso como parte de su cultura y costumbres, bien, pero
hablar lo que es hablar, solo hablan en francés: único vehículo considerado
oficialmente como de integración ciudadana en Francia.
El francés cuida
y aprecia su industria propia. La circulación está copada por utilitarios: magníficos
utilitarios. Todo producto nacional, ya lleven en sus frontales un rombo, un
león o un par de angulitos. Lo suyo lo primero. Chovinismo puro. Ellos se
quieren.
Cuando Notre
Damme ardió, inmediatamente salieron a la calle y apoyándose unos en otros, sin
declaraciones partidistas, demostraron dolor. El presidente de la República dio
el pésame a los franceses y al mismo tiempo a los católicos. Ante ese hecho, en
España sale un “chorra”, un tal
Máximo no sé qué, que dice que “pudiéndose
en su lugar haberse quemado la Almudena…” (¡ay qué malo es perder la
efímera fama!).
Sobre política,
ni hablar. Mejor conversar sobre castillos, murallas, palacios y toda clase de
iglesias que han marcado un punto de inflexión en la historia. Cierto que, algunos
aún muy relevantes, tienen una urgente necesidad de una buena mano de chapa y
pintura.
En fin. Difícil no
comparar a los franceses con los españoles, así que lo dejaré en una pregunta
“¿Los españoles nos queremos?”
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