Después de bastante tiempo he vuelto a Galicia y me ha emocionado su evolución. Coges la autovía de León (toda una delicia), para luego entrar en el peaje de León-Astorga (una cara delicia) para llegar a Pereje y pensar en lo que había y en lo que hay. Aquellos primeros viajes a Burgos. Primero santiguarse y bendición papal, para que las once horas de éxodo desde La Coruña no fuesen eternos. Para que aquellos casi seiscientos kilómetros de carretera sin un metro de doble carril o con un carril circulatorio absolutamente surcado por las rodadas de los camiones no te hicieran perder el frágil control. El temible Puerto de Piedrafita del Cebrero, auténtico matagigantes, rompe-motores…
“Su
excelencia” no había tenido a bien invertir en la región que le había visto
nacer y así nos iba. Bueno, parecido a otras regiones. Aquellas fechas… cuando
los gobiernos de Suárez y posteriormente Felipe, dudaban en invertir en una
antieconómica autovía de Madrid a Galicia, con tal obra de ingeniería civil que
habría que acometer en el puerto de Piedrafita, con los taludes más altos de la
red de carreteras de España. Otros más peregrinos, aseguraban la
impenetrabilidad del Macizo Galaico o el indudable desplome de los puentes.
Las
obras de la Autovía del Noroeste con sus enormes puentes colgantes entre
grandes puertos de montaña, comenzaron en 1993, después de que el gobierno de
Felipe se hartase de recibir exabruptos y quejas de un Fraga que se había
empeñado en rejuvenecer los accesos a Galicia situándola en el mapa de Europa.
La
tecnología fue más rápida que el saber popular y aquella autovía se construyó,
aunque hubo que esperar hasta 2002 para ver
funcionando sus últimos ocho kilómetros, que la colocaron como la obra de
ingeniería civil de mayor envergadura económica de Europa. Había costado un millón
y medio de pesetas… cada metro.
Aquellos
puentes que rompían la armonía de los viejos montes gallegos, sufren el
desgaste del progreso cargadas de tráfico, con miles y miles de vehículos cada
día, que han hecho que el firme haya sufrido más de lo debido y estén
absolutamente necesitadas de algo más que repasar chapa y pintura. Baches,
parches y rodadas por doquier hacen absolutamente peligrosa la conducción e
indecente la seguridad. La reparación es obligada y quizá alguien pensaría que esas
infraestructuras dependen de las Comunidades Autónomas. No es así. Dependen del
Estado español, concretamente del ministro de Fomento, extraviado desde que se
subió al avión de la política cubana. La reparación deberá llegar ¿Cuándo? La
respuesta será parecida a la que dio una “bruxa” gallega cuando le preguntaron
cuando llegaría el AVE a Coruña: “hay, non che sei, neniño”.