Allá por el verano de 2015, y tratando el tema de la procastinación, en esta misma columna escribí que, el ahora expresidente Rajoy era un procastinador de tomo y lomo, entendiendo por procrastinar el retrasar sin causa, el diferir o dilatar o dejar de hacer lo que realmente debía hacer y, en su lugar, hacer lo que no habría por qué hacer. Era una mera consecuencia del derrumbe sufrido por su partido como consecuencia del resultado de los comicios de mayo, cuando se vio que toda la organización y él, el primero, habían fallado en cercanía, explicaciones y comunicación con los ciudadanos.
En aquel mismo artículo cité a un joven portavoz de campaña llamado Pablo
Casado, en esos momentos un imberbe que acataba apresuradamente las disposiciones
de Esperanza Aguirre y del que aseguré que su cara pronto daría mucho que
hablar.
Así ha sido y cinco años después Casado es el gran jefe del principal
partido de la oposición, líder de la derecha y amo y señor de todo lo que
sucede en el Partido Popular. Desde sus inicios, su principal leitmotiv ha sido
solucionar los grandes problemas que atenazaban a la derecha española, la
regeneración del partido y su acercamiento hacia el centro político para poder empujar
al PSOE y a Podemos hacia su lugar en la izquierda, ello sin olvidar la
pandemia, la crisis catalana, los pactos electorales, los apoyos para formar
gobierno, la nueva modernidad del partido o contrastar a su manera el acérrimo
feminismo de la izquierda, ambicionando que el PP perdiese el marchamo de
partido light.
No ha podido ser. La derecha de Casado procastina igual que la de Rajoy
y sus deberes no acaban de cumplirse de la manera esperada por sus votantes.
Ni siquiera el desparpajo y desenvoltura de Cayetana Álvarez de Toledo
como portavoz del PP en el Congreso, ha sido suficiente para llevar al Partido
por una nueva senda de modernidad. En cuanto ésta ha cuestionado al Partido, a
la oposición o la pandemia, el miedo a ser llamado facha o heredero de la
dictadura le ha sumido en una especie de mansedumbre que ha llevado consigo su destitución.
Supongo que con eso habrá pretendido girar al partido hacia el centro político,
aun a costa de perder a sus votantes liberales o a los conservadores más
acérrimos que posiblemente harán engordar a Vox, que ya dispone de 52
diputados.
Estaba claro que Rajoy procastinaba, pero Casado se ha quedado en un
admirador de la marmota Phil en Punxsutawney a la espera de que salga de su
cueva y diga si la primavera llegará pronto o si el invierno todavía durará más
tiempo.