Me
dice mi buen amigo Moreno, valenciano de postín, que nada tiene que ver la
Valencia actual con aquella que conoció hace apenas veinte años. Aquella ciudad
sin mínimas instalaciones, infraestructuras de todo a cien y de la que fuera de la Comunidad Valenciana
apenas se había oído hablar, tuvo durante veinticuatro años el honor de haber
elegido como alcaldesa de aquella localidad a Rita Barberá. Durante ese tiempo
esta mujer extrovertida e hiperactiva dio a conocer a aquella ciudad pequeña y
oscura al resto del mundo. El tiempo o sus propios cronistas loarán algo que es
más que evidente.
Pero,
aquélla alcaldesa que se daba baños de masas y que no había día que pasase sin que
la aplaudiesen por la calle, posiblemente pecó. No lo sé. Si me remito
exclusivamente a las pruebas lo único que podemos decir es que ha sido señalada
con el dedo de la intransigencia ya que no ha habido un procedimiento judicial
que haya podido sostenerse sobre la base de alguna acusación, imputación o
ahora investigación. O que hasta ahora mismo haya habido organismo judicial
alguno que haya podido demostrar las calificaciones que se le imputaban.
Esta
mujer que hasta hace nada campeaba a sus anchas por la ciudad que la había
elegido, tuvo que marcharse de allí perseguida y hostigada por los partidarios
de la cerrazón, aquellos que no han esperado a que una sentencia judicial
demostrase con luz y taquígrafos que efectivamente era culpable de aquello que
se le imputaba.
Esta misma mujer, posiblemente poco preparada para sufrir en sus carnes las
persecuciones a que estaba siendo sometida, no ha sido capaz de aguantar tal presión
mediática y ambiental y su órgano vital se ha parado. Con
este acto se eliminan de un plumazo todas las imputaciones investigaciones y
juicios que se le pudieran plantear o tener pendientes. Ahora somos los que
quedamos aquí quienes debemos hacer memoria de los logros que hubiera podido alcanzar
y hacer balance de pros y contras.
Somos un
país muy poco acostumbrado a la renuncia a los cargos, a las dimisiones o
siquiera a los abandonos. Somos un país que enseguida olvidamos lo bueno que
haya podido hacer alguien y nos fijamos exclusivamente en lo malo. Nuestro
sistema judicial nos dice que nadie es culpable hasta que una sentencia avale
esa culpabilidad. Por ese mismo criterio, esta mujer ahora fallecida no era
culpable de nada. No se merecía el trato que ciertos partidos le han dado en
vida y posiblemente en muerte.
Casos como éste los ha habido y los seguirá
habiendo, pero recordemos que la próxima vez que le pongamos una calle a alguien,
debe estar limpio e impoluto, con blancura nuclear y cuando guardemos un minuto
de silencio no se considere un homenaje, sino una cortesía a los muertos.