martes, 28 de febrero de 2017

Nunquam Minerva partea Palas. Capítulo cero. La llegada.

No habían pasado ni dos minutos cuando aquella cara me miró y me preguntó si estaba atontado. Luego supe que aquel energúmeno era lo que llamaban un CASEP: Caballero Alumno Sargento Eventual en Prácticas.
-Corran, corran.
Eran las dos palabras más repetidas y sonadas de aquel primer día en el que después de un periplo de más de 20 horas de tren nos parecía estar en otra galaxia.
-¿Para qué? - Nos preguntábamos todos. -Si sólo son las dos y ya hemos comido.
No tardando apareció por allí otro militar. Más recio, más señorial, pero por fin una cara amable. Los CASEP, ahora con más ímpetu, gritaron a todos lados: atentos, firmes, ar…, pónganse bien, miren al cielo, al primero que se mueva me lo follo, a ver aquel de allí, el de la melenita, luego me da nota…
-A sus órdenes mi Sargento, no hay novedad…
-Continuar…
Primero se nos dijo que sí nos llamaban por el primer apellido contestásemos con el segundo. Luego que olvidásemos el nombre, que eso era para la calle. Otro de los tópicos del primer día: olvidarnos de la calle. Eso se hace en la calle y cosas por el estilo. ¿Qué era aquello de la calle que no se podía hacer en aquella Academia? Y ¿qué calle?
-Van a tener un descanso de un minuto para deshacer la maleta, antes de ir a cenar.
Un temerario, osó preguntar al CASEP más cercano por el menú que íbamos a tener en la cena. Los cuatro gritos seguidos que el CASEP rugió a escasos dos centímetros de la oreja del alumno fueron suficientes para que éste pareciese descomponerse con la vibración.
-Caballero, Caballero…
Todos mirábamos para todas partes para ver a quien llamaban y sobre todo para ver a quien llamaban de aquella manera.
El aprendizaje comenzó a frotamiento duro. Al día siguiente nos levantaron las 6:30. ¿Para qué? Sí no había nada que hacer, no teníamos botas, ni ropa, ni nada que hacer más que estar allí, pero aun así salimos a la calle con paso cansino cada uno con el pijama que se había traído de casa o algunos incluso en calzoncillos.
-¡Vaya mierda de uniformidad que llevan ustedes!
No habían transcurrido ni quince segundos cuando el CASEP más cercano mando oblicuo izquierda, cuerpo a tierra y flexiones: cíen flexiones. ¡Vamos gordos! Repetían ¡Flojos! Son ustedes unos apáticos pero eso lo vamos a arreglar aquí en poco tiempo.
Aquel primer desayuno lo engullimos con un ansia estremecedora y eso que fue la primera ocasión, de entre muchísimas más, que tuvimos para coincidir con el zumo de ocho vegetales. Comer, comer, comer esa era la enseña de aquel primer día. Hambre. Café con leche –el bromuro venía incorporado- dos chuscos, galletas María, una loncha de mortadela, mantequilla y el famoso zumo. Que rico todo.
Llegados de vuelta a la Compañía con la barriga llena y teniendo en cuenta que eran poco más de las siete de la mañana, se nos hizo correr como descosidos durante casi una hora dado que, era la única forma de que aquellos flojos bajasen todo lo que se habían comido de más.

Al poco rato se nos explicó acertadamente que debíamos proveernos de una libretita y un boli donde pondríamos una serie de datos personales y apuntaríamos aquellos desbarajustes que hubiésemos perpetrado. La primera semana, los arrestos a jardín. Luego, de repente, surgió él ”deme nota, Caballero”, que con una somera explicación acababa en la inteligencia de que era algo sacrosanto. ¡No se le ocurrirá a ninguno de ustedes dejar de entregar aquella nota que se les haya pedido! El CASEP levantaba el dedo índice y señalando hacia el común de la formación decía: ¡les conozco a todos!
-¡A la carrera!

No había tres palabras más oídas y que más daño hicieran a nuestras pobres neuronas, poco acostumbradas a semejante trajín. El siguiente día nos darían el primer petate y nos explicarían cuatro generalidades, que poco a poco resultarían ser los dogmas de fe que debíamos cumplir día a día en aquella Academia. 
La primera noche no hubo manera de dormir, pero con el paso de los días comenzamos a apreciar el poder acostarnos en aquel camastro embutido entre dos taquillas que sólo verle hacía que se te hiciese la boca agua y te llamase para que te tendieses en él, no tardando en dormir a pierna suelta.

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