Para el colectivo trabajador las vacaciones siempre son raras o
como poco “rarillas”. Comienzan con las fiestas mayores, en que se relaja un
tanto la disciplina laboral y empresarial, siguen con la aparición de los
primeros calores y llegan a su clímax cuando la familia se dispone a cargar el
coche con todo tipo de enseres para pasar una merecida semana al sol, sin hacer
nada más. Las vacaciones ya se habrán programado y posiblemente pagado muchos
meses antes con los ahorros sobrantes del año anterior, pero nada importa. Eso es
una sagrada obligación que no se valora en dinero. Pues si queridos lectores sí.
Estamos de vacaciones y aunque nos empeñemos en pasar un periodo de asueto lo
más adecuado posible, sabemos lo que vamos a ver.
Habremos cruzado toda España para ir a un par de sitios que se
suponían turísticos y la verdad es que la pena con lo que realmente veremos,
llenará nuestros corazones. Nos colmará la congoja, no, la tristeza de ver lo
que éramos turísticamente hablando y en lo que nos hemos quedado por culpa de
este maldito virus.
Veremos que en aquellas playas que antes todo el mundo
abarrotaba y hacía colas por la mañana para colocar las sombrillas ahora hace colas
para coger una parcela. Pero claro, la posesión de la parcela tampoco puede ser
permanente, así que también habrá colas para hacer tiempo mientras sale el
anterior. Quizá la gente previsora, sólo por el mero hecho de evitar contagios,
no habrá querido ir a playas inmensas de grandes arenales y con la temperatura
ideal, aunque sean las únicas que en estas fechas hayan podido conservar las
lanchitas con pedales con tobogán, las motos de agua o el famoso plátano
veraniego que tira a la gente cuando alcanza una cierta velocidad por el agua. O
que decir de aquellas playas que antes tenían menos población. Ahora parecerán
playas en auge.
Desde el Gobierno nos lo han querido hacer ver como una cuestión
estructural y favorecen el turismo cuidadoso, ya que es evidente que si no
gastamos no invertimos y si no invertimos la economía no florece. La crisis y
luego la economía se han cargado las expectativas de infinidad de veraneantes, por
más que nos empeñemos. Por más que gastemos, el miedo está ahí. En cualquier
supermercado, en cualquier gran superficie, en cualquier restaurante o
chiringuito y por supuesto se notará en el veraneo. No obstante, dichosos
aquellos que puedan hacerlo. La hostelería lo agradecerá.
Hoy, día de inicio de la temporada vacacional, me sobra
confianza para saber que esto está en trance de desaparecer, pero no debemos
descuidarnos. Felices vacaciones raras. Hasta septiembre.