PAYASOS
Me ha costado mucho no comenzar
con un comentario explosivo sobre la repugnante acción de ese, que se dice payaso,
y que sale en “el intermedio” de “la sexta” haciendo que la faena de lo qué un
cómico debe ser, se convierta en objeto de vergüenza.
En un alarde imaginativo, Daniel
Mateo se ha sonado los mocos con la enseña nacional. Supongo que, para llegar a
eso, se habrá estrujado las meninges buscando de donde rascar para lograr una mueca de felicidad en la cara de sus oyentes o
videntes.
El caso es que a la puerta de los juzgados ha dicho: “estamos llevando a un payaso ante la justicia por hacer su trabajo”.
Vamos, Vamos. ¿Cómo se atreve a compararse con un payaso? Acaso puede
compararse con Charlie Rivel, los Hermanos Tonetti o Pompoff y Thedy ¿Cómo se
atreve a compararse con los Payasos de la Tele: Gaby, Fofó, Miliki y Fofito?
Todos ellos insultados por este personaje al pretender comparar con ellos su
infecta actuación.
Mucho se ha hablado a lo largo
de la historia sobre aquellos que, por su oficio de hacer reír a los demás,
debían pintarse la cara de ciertos colores o ridiculizarse a ellos mismos.
Aquellos sí eran payasos. Emig, el padre de los grandes Payasos de la Tele sentiría vergüenza por tal comparación.
Pero no ha estado solo en su
actuación. Para su sustento y apoyo ha salido el “actor” Guillermo Toledo que
en un alarde de derecho a la libertad de expresión ha tachado de demencial que
el “payaso” Mateo tenga que declarar ante los Juzgados por tal nimiedad. Toledo,
personaje con pasado como actor poco notable, ahora procesado y a la espera de
juicio por haberse cagado en dios y en la virgen María, ha dicho que detener a
actores en el ejercicio de su oficio es demencial. Vaya dos. Tal para cual.
Lo que es demencial es que ese “payaso”
a falta de mejores cosas que hacer en la farándula o sabiendo que no es capaz
de hacer reír a su poco abundante público, se tenga que tirar al surco de hacer
esa solemne gilipollez, para hacerle el caldo gordo a cuatro que, en la cuerda
del “gualloming” pretenden mantener una guerra contra los símbolos que sostienen
a todo un país. Jardiel Poncela definió como “hablar a gritos” a los hombres que no tienen nada que
decir.
Cierto que la libertad de
expresión es un legítimo derecho que nos ampara a todos pero, cuidadín, no vale para todo y como seguramente observaréis,
los límites de ésta, los pone la Ley.