Capítulo uno. Balbuceos.
El
segundo día comenzó como empiezan los grandes acontecimientos: con estallido de
cohetes y grandes fuegos de artificio.
-¡¡¡Diana!!!
¡Vamos, en pie, gandules! Que habéis dormido más de la cuenta.
Aquellos
gritos aterradores entraron en nuestras cabezas como un estilete pudiera haber
entrado en un trozo de carne. ¿Cómo podía darse semejante chillido en un sitio
cerrado donde todo el mundo previamente estaba dormido y además a las seis y
media de la mañana? Qué remedio. Los ojos se abrieron de golpe y la visión de
aquellas paredes, todavía desconocidas no hizo más que complicar las cosas. -¡Arriba!
¡Arriba! A formar en la puerta de la Compañía. ¡Como estéis! En pijama o en
calzoncillos. ¡Rápido!
-¿Cómo? –se oía por allí.
-Igual que ayer –dijo uno que al
parecer estaba más enterado.
Finalmente se pudo lograr una mediocre
formación, ello no después de que los CASEP hubieran tomado buena nota de los
retrasados, que posteriormente pasarían buena parte de la tarde limpiando los
jardines cercanos a la Compañía.
-Firmes. Ar. A cubrirse. Ar. Levantamos el brazo
izquierdo hasta el hombro del que tenemos delante– repetían los CASEP.
Algunos, por experiencias anteriores
conocían la terminología que estaban oyendo. El resto copiaban lo que hacían
estos. Los veteranos aprovechaban su veteranía para aparecer como aventajados
ante los que no habían hecho una formación en su vida.
El espectáculo era lamentable. Casi
doscientas personas mirándose unos a otros esperando que pasase algo o que
alguien pusiese orden en aquel desbarajuste. Poco a poco se fue consiguiendo
una formación medianamente lucida y con ello pareció que el furor de los CASEP
decaía lo suficiente como para hablar sin parecer unos energúmenos. Una voz
sobresalió en el silencio que se había creado al finalizar la formación.
-Tranquilos. Estar atentos. Al finalizar esta
formación tendréis veinte minutos para asearos, hacer la cama y a continuación
se formará para ir al desayuno.
Aquella
voz pacificadora sonaba lo más parecido a una voz maternal que, en aquellos
momentos, quien más quien menos, echaba de menos. Luego supimos que se llamaba
Pepe y por lo visto debía ser el más antiguo de los CASEP. Se dio la vuelta y dejó al segundo al mando para
que disolviera aquella primera formación.
-Atentos. Firmes. ¡Ar!
Los
alumnos esperaban un ansiado ¡rompan filas!, pero lo único que ocurrió fue que
aquel segundo ungido por el mando que se le había conferido, continuó en la
línea que luego perduraría durante todo aquel año académico.
-Oblicuo
izquierda. Ar. Cuerpo a tierra. Ar. Flexiones. Uno, dos, tres…
Esa
parecía ser la tónica general de las mañanas. Ganarnos el desayuno. Veinte
minutos después estábamos en la Compañía utilizando a toda prisa, los pocos minutos
que nos quedaban para asearnos y demás. Imposible conseguir aquella proeza. A
la hora en punto, allí estábamos todos formados en cuesta arriba, preparados
para subir al desayuno.
La
formación se disolvió de manera ordenada al entrar en el comedor y nos fuimos
quedando en los bancos corridos que había en cada mesa. Allí estaban colocadas
las viandas que habíamos de desayunar ese día. Inmediatamente alguien dijo
¡siéntense! Y vertiginosamente nos tiramos hacia ellas. Alguien cogió la jarra
de leche hirviendo y comenzó a servirse.
-Yo
que tú no me tomaría ese café con leche si no quieres tenerla como una lombriz
todo el año. El bromuro ataca inmediatamente -le espetó un veterano.
Aquel
soltó la jarra como si ardiera, hasta que se tranquilizó al ver que todo el
mundo se tomaba su café. Un veterano a su lado se escanció café en la taza y le
miró con comprensión. –De algo hay que morir –le dijo.
Aquella
leyenda pervivió y seguramente pervivirá en los tentaderos militares por los
siglos de los siglos. Sin embargo, la verdad es que lo único que hacía encoger
aquella parte de la anatomía era el contexto en que se vivía, pero lo cierto
era que al principio, recelosos, notábamos como que fuera cierto.
Con
los años, conocí un teniente jefe de una sección de radar de Artillería de
Costa que decía que la antena del radar dejaba impotentes a los operadores. –“A
mi plim” –decía- ¡yo ya he cumplido!
Después del desayuno las cosas
comenzaron a mejorar. No tardando nos avisaron que enseguida llegaría en toque
de segunda parte de oración y con ello el reconocimiento médico al que se
podían apuntar todos aquellos que estuviesen enfermos o padeciesen de alguna
dolencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario