domingo, 21 de octubre de 2018

NUNQUAM MINERVA PARTEA PALAS Capítulo uno. Balbuceos.


 

Capítulo uno. Balbuceos.
El segundo día comenzó como empiezan los grandes acontecimientos: con estallido de cohetes y grandes fuegos de artificio.
-¡¡¡Diana!!! ¡Vamos, en pie, gandules! Que habéis dormido más de la cuenta.
Aquellos gritos aterradores entraron en nuestras cabezas como un estilete pudiera haber entrado en un trozo de carne. ¿Cómo podía darse semejante chillido en un sitio cerrado donde todo el mundo previamente estaba dormido y además a las seis y media de la mañana? Qué remedio. Los ojos se abrieron de golpe y la visión de aquellas paredes, todavía desconocidas no hizo más que complicar las cosas. -¡Arriba! ¡Arriba! A formar en la puerta de la Compañía. ¡Como estéis! En pijama o en calzoncillos. ¡Rápido!
-¿Cómo? –se oía por allí.
-Igual que ayer –dijo uno que al parecer estaba más enterado.
Finalmente se pudo lograr una mediocre formación, ello no después de que los CASEP hubieran tomado buena nota de los retrasados, que posteriormente pasarían buena parte de la tarde limpiando los jardines cercanos a la Compañía.
-Firmes. Ar. A cubrirse. Ar. Levantamos el brazo izquierdo hasta el hombro del que tenemos delante– repetían los CASEP.
Algunos, por experiencias anteriores conocían la terminología que estaban oyendo. El resto copiaban lo que hacían estos. Los veteranos aprovechaban su veteranía para aparecer como aventajados ante los que no habían hecho una formación en su vida.
El espectáculo era lamentable. Casi doscientas personas mirándose unos a otros esperando que pasase algo o que alguien pusiese orden en aquel desbarajuste. Poco a poco se fue consiguiendo una formación medianamente lucida y con ello pareció que el furor de los CASEP decaía lo suficiente como para hablar sin parecer unos energúmenos. Una voz sobresalió en el silencio que se había creado al finalizar la formación.
-Tranquilos. Estar atentos. Al finalizar esta formación tendréis veinte minutos para asearos, hacer la cama y a continuación se formará para ir al desayuno.
Aquella voz pacificadora sonaba lo más parecido a una voz maternal que, en aquellos momentos, quien más quien menos, echaba de menos. Luego supimos que se llamaba Pepe y por lo visto debía ser el más antiguo de los CASEP.  Se dio la vuelta y dejó al segundo al mando para que disolviera aquella primera formación.
-Atentos. Firmes. ¡Ar!
Los alumnos esperaban un ansiado ¡rompan filas!, pero lo único que ocurrió fue que aquel segundo ungido por el mando que se le había conferido, continuó en la línea que luego perduraría durante todo aquel año académico.
-Oblicuo izquierda. Ar. Cuerpo a tierra. Ar. Flexiones. Uno, dos, tres…
Esa parecía ser la tónica general de las mañanas. Ganarnos el desayuno. Veinte minutos después estábamos en la Compañía utilizando a toda prisa, los pocos minutos que nos quedaban para asearnos y demás. Imposible conseguir aquella proeza. A la hora en punto, allí estábamos todos formados en cuesta arriba, preparados para subir al desayuno.
La formación se disolvió de manera ordenada al entrar en el comedor y nos fuimos quedando en los bancos corridos que había en cada mesa. Allí estaban colocadas las viandas que habíamos de desayunar ese día. Inmediatamente alguien dijo ¡siéntense! Y vertiginosamente nos tiramos hacia ellas. Alguien cogió la jarra de leche hirviendo y comenzó a servirse.
-Yo que tú no me tomaría ese café con leche si no quieres tenerla como una lombriz todo el año. El bromuro ataca inmediatamente -le espetó un veterano.
Aquel soltó la jarra como si ardiera, hasta que se tranquilizó al ver que todo el mundo se tomaba su café. Un veterano a su lado se escanció café en la taza y le miró con comprensión. –De algo hay que morir –le dijo.
Aquella leyenda pervivió y seguramente pervivirá en los tentaderos militares por los siglos de los siglos. Sin embargo, la verdad es que lo único que hacía encoger aquella parte de la anatomía era el contexto en que se vivía, pero lo cierto era que al principio, recelosos, notábamos como que fuera cierto.
Con los años, conocí un teniente jefe de una sección de radar de Artillería de Costa que decía que la antena del radar dejaba impotentes a los operadores. –“A mi plim” –decía- ¡yo ya he cumplido!
Después del desayuno las cosas comenzaron a mejorar. No tardando nos avisaron que enseguida llegaría en toque de segunda parte de oración y con ello el reconocimiento médico al que se podían apuntar todos aquellos que estuviesen enfermos o padeciesen de alguna dolencia.



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