FROM BURGOS TO FARO.
Como de una de las más pretéritas costumbres gallegas, la de ir
una vez en la vida a “abalar a pedra”
a Muxía, por sus grandes propiedades atribuidas, igualmente cualquier motero
debería ir, al menos una vez en la vida, a Faro, en el Algarve portugués. Dada
la distancia, sólo algunos privilegiados gozan la suerte de asistir a la mayor
concentración motera del mundo, con todos los permisos de Sturgis o Daytona. Este
pasado fin de semana hemos acampado allí más de 15000 personas, incluyendo
más de 10000 motos, que tiene su tela. Para los estadísticos decir que han
venido casi tantas moteras como moteros. Tod@s, sin dejar su estética habitual
y ornamental han dejado de tener aquel marchamo “injustificado” de gordos y barrigudos,
han mantenido, eso sí, un estatus de compañerismo poco visto en otros
colectivos.
Allí, todo se transforma y pasa a ser una mezcla de convivencia, perdón,
no es el verbo correcto, cohabitación persona moto. La moto no sobrevive
en medio de personas, es más bien cómo una persona sobrevive en medio de motos.
Las actividades, horarios, planes…, están dirigidos a una
perfecta connivencia entre ambas realidades: persona-moto. Todo está tasado.
Desde recepción, dónde el lacito rojo dará derecho a ir por cualquier parte,
escoger el lugar de acampada, escuchar grandes conciertos “heavy” o comprar en tiendas
que venden cualquier cosa relacionada con motos o de venta de comida y cerveza
que también se consume en abundancia por allí, evitando en lo posible las
privaciones consecuencia de la vida al aire libre, los cuarenta grados a la
sombra, el polvo o el dormir en el crudo suelo, sin más auxilio que una mínima
esterilla.
Ahora bien: no cabe un alfiler. Parece el Espolón burgalés en
período de fiestas. Te saludan unos y otros: “buenas tardes”, “buenos días”, pero
con el saludo motero: dos dedos en forma de V o directamente levantar el dedo
gordo de la mano derecha, reflejando tácitamente qué todo va bien.
Un programa simple. A todas horas heavy, ruido de motores de
motos y el característico olor a gasolina que afortunadamente tapa otros olores
que se acumulan por la mera concentración de personas. Todo perdonado.
Hablando de Burgos. Esto tiene cierta similitud con las
recientes fiestas burgalesas en las que se habló mucho sobre cómo habían
quedado las campas después del acabar los eventos.
Quizá había que mirar un tanto hacia esta fiesta portuguesa y ver
la forma cómo soluciona, aunque no en su totalidad, esta contrariedad. Los farenses
amables y encantados con el negocio, admiten, pero arreglan en lo posible esta
decepcionante situación evitando que un vaso de plástico o un papel duren en el
suelo más de lo necesario. Bueno, de lo suyo gastan. La vuelta bien gracias.
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