Cantaba Manolo Escobar qué españolear
es lo que hacen los turistas cuando vienen por acá. Así comenzó Albert Rivera
el periplo político que le ha traído hasta aquí. Españoleando. Repeliendo desde dentro, a
aquellos que utilizaban el verbo expañolear. Desde lo más oscuro del parlamento catalán
hizo patria consiguiendo que el nombre de España y el español se pudiesen oír
en voz alta y clara. Luego llegaron los mítines multitudinarios donde la gente lo
animaba con gritos de ¡presidente, presidente! o le exigían que no les fallase,
como si de JFK se tratase.
Luego se vino a españolear al
resto de España y no se puede negar que ha ganado a pulso el estar ahí. Ha conseguido
atribuir a su haber un modo de españolear muy propio. Se llama ciudadanear. Es el
verbo de moda. Sólo falta su incorporación a la RAE. Su definición podría ser,
poco más o menos, centrar, aspirar a ser un referente de la política general, ambición
por ser el relevo de grandes políticos qué con sus grandes decisiones marcaron las
pautas que nos hacen ser tributarios del nivel y calidad de vida que lucimos. Sólo
falta que el nuevo término sea aceptado y acogido por una gran mayoría.
En eso se encontraba Albert
cuando se diseñó la circense moción de censura elevada a trámite parlamentario
por Podemos. Aquí ha tenido ocasión de consolidarse como un gran orador. En
contestación a los argumentos de Iglesias/Montero supo darle a cada uno lo suyo,
esgrimiendo sus tesis como un Mariano cualquiera, con sorna y socarronería. Soberbio
el momento que citó a demoliciones Iglesias o la comparación de su discurso con
el tedio castrista.
También su duro alegato contra la nación de naciones o la
secesión pretendida. Parecía que quería despegarse, por fin, de ese marchamo de
flojeras que le acompaña en todo momento, que parece el novio que cualquier padre querría
para sus hijas: decente, formal, serio, consecuente, además de alto y guapo.
Pero cuidadín, ya se han oído voces desde
la cúpula de su partido cuestionando el sacrificio del todo al mensaje
mediático y a la figura de su líder. Su parroquia le ha perdonado anteriores
errores, pero estaría bien que fuese pensando en mantener esta nueva postura de
estadista en su travesía conminándole, por ejemplo, a seguir la retórica de la
diputada Ana María Oramas y mencionándole qué, por pérdida de brío, líderes de
otros partidos se han desplomado en un bluff.
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