Sesteo mientras veo las sesiones del proceso contra los
independentistas acusados por la declaración unilateral de independencia. La
tónica general pasaba por una colección de personas que, en la línea de Josef K. el procesado de “El Proceso” de
Kafka, una mañana son arrestados por una razón que desconocen... y son llevados
ante el Alto Tribunal para que presten declaración sobre los hechos que
llevaron a aquella declaración de independencia.
Cómo era de esperar, sus declaraciones pasaron por el
buenismo. Junqueras, los Jordis, Forcadell…, dieron a entender que más que una
rebelión o una declaración de independencia, había sido una apacible reunión de
amigos a quienes sólo faltaron los manteles y las cestas de la merienda para corroborar
el ambiente festivo y bucólico. Aunque en el sistema español los testigos
tienen obligación de decir verdad, los procesados no están obligados a declarar
contra sí mismos, así que cada uno se escaqueó como pudo e intentó achicar
espacios evocando a “un tal Toni”. Como dice el otro “cada uno a lo suyo y
yo a lo mío”. Lo esperado.
Los fiscales abriendo hueco con buena cara y mucho “sí,
señoría”. El fiscal Zaragoza o la fiscal Madrigal, con vocecilla de abuelita Paz, con preguntas
fulminantes. La Abogacía del Estado…, bueno, estaba allí.
Pero, apareció él. El mayor Trapero en plan antihéroe, ha demolido
el plácido escenario en que parecían haber quedado los imputados y ha tirado contra
todos. Serio y comedido intentó librarse de la mayor poniendo a caldo al
Gobierno de Puigdemont. Desde el consejero Forn, a quien hizo víctima de su ira
rotulándole como culpable e irresponsable, hasta el resto sin distinción.
Incluso llegó a alegar que tenía un plan para detener a Puigdemont si se lo
ordenaba alguien. Pero, claro, no dijo quién se lo debía ordenar.
Habíamos esperado más de los abogados de la acusación popular
con Vox a la cabeza. Creíamos que, desde su mordiente posición, aprovecharían
el momento para acercar a su costado los posibles beneficios de tales
declaraciones. Pero no. Han estado mal. Se les olvidó preguntar sobre la
verdad. Su actuación pecó de neófita y poco incisiva, demostrando un necesario hervor.
Esto impidió que Fiscalía pudiese continuar ese camino, ya que el propio
procedimiento penal le impide repreguntar sobre tramas sobre las que el
peticionario de esa comparecencia no haya incidido. La batalla parecía perdida
cuando el juez Marchena, enmascarado como acusación popular, clavó la pregunta
que todos esperábamos, acabando de señalar al propio Puigdemont. El juicio,
igual que el de Josef K., está encauzado. La carrera para llegar a una
sentencia ha comenzado. CONTINUARÁ.
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