En un momento habíamos acabado el desayuno. ¿Y ahora qué? Se
preguntaban unos y otros. Uno de los más bregados en veteranía levantó las
manos como si del Papa se tratase y atrajo el silencio a su lado.
-A ver, pollos. Ahora saldremos del comedor y os dirán
que vayáis corriendo a la Compañía donde, alguno de esos jodidos CASEP os
gritará al oído para que entendáis las cosas. Luego se avisará qué quien esté
enfermo o lesionado puede anotarse en el libro de reconocimiento y será llevado
al Botiquín para que le vean los médicos.
-Y tú, ¿cómo sabes tantas cosas? -Preguntó uno de los más
piolines de la mesa.
-Yo..., es que soy “perdigón” –contestó el veterano con cara de suficiencia.
-Coño ¿y qué es eso de “perdigón”?, –dijo un tercero -¿algún tipo de titulación de esta Academia?
-No. Yo estuve ya el año pasado aquí y ahora estoy repitiendo curso.
-Yo..., es que soy “perdigón” –contestó el veterano con cara de suficiencia.
-Coño ¿y qué es eso de “perdigón”?, –dijo un tercero -¿algún tipo de titulación de esta Academia?
-No. Yo estuve ya el año pasado aquí y ahora estoy repitiendo curso.
Le miramos como si fuera un superhéroe. Veíamos en él a aquel
hombre curtido en mil batallas que llevaba barba de dos días y los pantalones
de faena mucho más claros que los demás.
-Por eso conozco al dedillo toda la coyuntura de este sitio.
-¿Pero quién va a estar enfermo? Si sólo llevamos aquí dos días. –repitió el pipiolo.
-¿Pero quién va a estar enfermo? Si sólo llevamos aquí dos días. –repitió el pipiolo.
El veterano metió la mano en uno de los bolsillos del garbanzo,
de donde sacó algo parecido a una ramita con la que se hurgó en los dientes con
habilidad digna de un experto. Puso cara de entendido y después de repetir un
par de veces algo parecido a “mmmm”, miró uno a uno al resto de los comensales
y bajando la voz, comenzó a explicar que no había que estar grandemente enfermo
para ir a reconocimiento. Que era suficiente con tener un ligero dolorcillo o
molestia, aunque no fuese muy severa.
-Pero, si no estás enfermo, ni te duele nada ¿De qué vale
apuntarse al reconocimiento? –inquirió el pipiolo.
El veterano volvió a mirarlos y chasqueó la lengua un par de
veces.
-Joder, parecéis tontos, además de nuevos. Mientras estáis en
reconocimiento médico no estáis en otro sitio.
Todos recibimos aquella explicación como un haz de luz en
nuestra atribulada cabeza. Aparentemente, habíamos entrado de golpe en el mundo
de la veteranía. Había nacido la “cafarna”.
Aquel nombre poco técnico y sin lugar en diccionario alguno, tenía fuerza suficiente para representar a la perfección aquella clase de proceder. Alguien mandó ¡en pie! y luego añadió algo parecido a ¡a formar delante de la Compañía!
Aquel nombre poco técnico y sin lugar en diccionario alguno, tenía fuerza suficiente para representar a la perfección aquella clase de proceder. Alguien mandó ¡en pie! y luego añadió algo parecido a ¡a formar delante de la Compañía!
Las instrucciones fueron concretas. Ahora se va a proceder a
tomar nota de aquellos que quieran apuntarse al reconocimiento médico.
-¿Alguien quiere apuntarse a reconocimiento médico? Que
levante la mano.
Más de treinta manos se levantaron de repente y mantuvieron aquella postura mientras uno de los CASEP les miraba como estudiando sus caras y esperando que aquella mirada fuese suficiente como para hacerles desistir de su actitud. Nadie bajó la mano. Aquellos alumnos parecían durillos. El CASEP tosió un par de veces, carraspeó y se aclaró la garganta.
Más de treinta manos se levantaron de repente y mantuvieron aquella postura mientras uno de los CASEP les miraba como estudiando sus caras y esperando que aquella mirada fuese suficiente como para hacerles desistir de su actitud. Nadie bajó la mano. Aquellos alumnos parecían durillos. El CASEP tosió un par de veces, carraspeó y se aclaró la garganta.
-Bien, pues. El reconocimiento médico es voluntario, por lo que
todos aquellos que tengan enfermedades gravísimas o incurables, dolores
insoportables o carezcan de la más mínima vitalidad, o incluso por problemas de
virilidad pueden apuntarse al reconocimiento médico. Todos aquellos que
consideren que no van a alcanzar con vida la hora de la comida, pueden
apuntarse a reconocimiento médico. Todos aquellos caguetas, escaqueadores,
acojonados, pusilánimes, miedosos o medrosos, en una palabra, que crean que su
cuerpo no va a resistir la instrucción de hoy o que consideren que estando
enfermos van a estar mejor que haciendo un buen orden de combate, pueden
apuntarse a reconocimiento médico.
No había finalizado la perorata cuando más de la mitad de las
manos en alto habían desaparecido. El CASEP sonrió para sus adentros e
inmediatamente cambió la cara por un rictus de cabreo dirigido a aquellos otros
que se habían mantenido en su digna postura.
-Salgan de formación los de la “cafarna”.
Mutis.
-¡Cojones!. No se han enterado, ¡salgan de formación
los de la “cafarna”!
Poco a poco se fueron dando por enterados los de las manos en alto y fueron saliendo de formación los menos de diez atrevidos que quedaban con el brazo en alto.
Poco a poco se fueron dando por enterados los de las manos en alto y fueron saliendo de formación los menos de diez atrevidos que quedaban con el brazo en alto.
-Vamos. Forme ahí la “cafarna”. Luego miraré cuales eran sus dolencias y sufrimientos.
Dos más escaparon de la formación de reconocimiento.
-Venga. –El CASEP echó un vistazo alrededor, buscando a alguien-
El Cabo Cuartel que se lleve a la “cafarna”
antes de que les dé un vahído o nos vayan a vomitar el desayuno. O lo que es
peor, quizá se nos maree alguno antes de llegar al médico y tengamos que abrir
el protocolo de evacuación para las pandemias. Y el resto que cojones mira.
Firmes. Ar. Izquierda. Ar. ¡A tierra!
Los de la “cafarna”,
soltaron una risilla por lo bajini viendo como los otros doscientos comenzaban
sus flexiones…
Al
final resultó que ser de la “cafarna” no era tan
bueno.
De momento te quedabas con la muletilla de cafarnoso para los restos o cada vez que había una formación y los sanotes salían corriendo (sic. perdiendo
el culo) para llegar a la fila lo antes posible, la “cafarna” salía
andando tranquilamente para llegar a
la formación sin grandes inconvenientes. El mando que dirigía la formación al
verles llegar, les miraba con desprecio y soltaba una frase que posteriormente
llegó a hacerse muy popular. “Ahí vieeene
la cafarna”.
Lo cierto es que, con el paso del
tiempo, casi todos fuimos acreedores de tener el dudoso honor de formar parte
de la “cafarna”. Ahora bien, los
motivos nada tenían que ver con aquellos primeros.
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