viernes, 2 de noviembre de 2018

NUNQUAM MINERVA PARTEA PALAS. Capítulo dos. La cafarna.


En un momento habíamos acabado el desayuno. ¿Y ahora qué? Se preguntaban unos y otros. Uno de los más bregados en veteranía levantó las manos como si del Papa se tratase y atrajo el silencio a su lado. 
-A ver, pollos. Ahora saldremos del comedor y os dirán que vayáis corriendo a la Compañía donde, alguno de esos jodidos CASEP os gritará al oído para que entendáis las cosas. Luego se avisará qué quien esté enfermo o lesionado puede anotarse en el libro de reconocimiento y será llevado al Botiquín para que le vean los médicos.
-Y tú, ¿cómo sabes tantas cosas? -Preguntó uno de los más piolines de la mesa.
-Yo..., es que soy “perdigón” –contestó el veterano con cara de suficiencia.
-Coño ¿y qué es eso de “perdigón”?, –dijo un tercero -¿algún tipo de titulación de esta Academia?
-No. Yo estuve ya el año pasado aquí y ahora estoy repitiendo curso.
Le miramos como si fuera un superhéroe. Veíamos en él a aquel hombre curtido en mil batallas que llevaba barba de dos días y los pantalones de faena mucho más claros que los demás.
-Por eso conozco al dedillo toda la coyuntura de este sitio.
-¿Pero quién va a estar enfermo? Si sólo llevamos aquí dos días. –repitió el pipiolo.
El veterano metió la mano en uno de los bolsillos del garbanzo, de donde sacó algo parecido a una ramita con la que se hurgó en los dientes con habilidad digna de un experto. Puso cara de entendido y después de repetir un par de veces algo parecido a “mmmm”, miró uno a uno al resto de los comensales y bajando la voz, comenzó a explicar que no había que estar grandemente enfermo para ir a reconocimiento. Que era suficiente con tener un ligero dolorcillo o molestia, aunque no fuese muy severa.
-Pero, si no estás enfermo, ni te duele nada ¿De qué vale apuntarse al reconocimiento? –inquirió el pipiolo.
El veterano volvió a mirarlos y chasqueó la lengua un par de veces.
-Joder, parecéis tontos, además de nuevos. Mientras estáis en reconocimiento médico no estáis en otro sitio.
Todos recibimos aquella explicación como un haz de luz en nuestra atribulada cabeza. Aparentemente, habíamos entrado de golpe en el mundo de la veteranía. Había nacido la “cafarna”.
Aquel nombre poco técnico y sin lugar en diccionario alguno, tenía fuerza suficiente para representar a la perfección aquella clase de proceder. Alguien mandó ¡en pie! y luego añadió algo parecido a ¡a formar delante de la Compañía!
Las instrucciones fueron concretas. Ahora se va a proceder a tomar nota de aquellos que quieran apuntarse al reconocimiento médico.
-¿Alguien quiere apuntarse a reconocimiento médico? Que levante la mano.
Más de treinta manos se levantaron de repente y mantuvieron aquella postura mientras uno de los CASEP les miraba como estudiando sus caras y esperando que aquella mirada fuese suficiente como para hacerles desistir de su actitud. Nadie bajó la mano. Aquellos alumnos parecían durillos. El CASEP tosió un par de veces, carraspeó y se aclaró la garganta.
-Bien, pues. El reconocimiento médico es voluntario, por lo que todos aquellos que tengan enfermedades gravísimas o incurables, dolores insoportables o carezcan de la más mínima vitalidad, o incluso por problemas de virilidad pueden apuntarse al reconocimiento médico. Todos aquellos que consideren que no van a alcanzar con vida la hora de la comida, pueden apuntarse a reconocimiento médico. Todos aquellos caguetas, escaqueadores, acojonados, pusilánimes, miedosos o medrosos, en una palabra, que crean que su cuerpo no va a resistir la instrucción de hoy o que consideren que estando enfermos van a estar mejor que haciendo un buen orden de combate, pueden apuntarse a reconocimiento médico.
No había finalizado la perorata cuando más de la mitad de las manos en alto habían desaparecido. El CASEP sonrió para sus adentros e inmediatamente cambió la cara por un rictus de cabreo dirigido a aquellos otros que se habían mantenido en su digna postura.
-Salgan de formación los de la “cafarna”.
Mutis.
-¡Cojones!. No se han enterado, ¡salgan de formación los de la “cafarna”!
Poco a poco se fueron dando por enterados los de las manos en alto y fueron saliendo de formación los menos de diez atrevidos que quedaban con el brazo en alto.
-Vamos. Forme ahí la “cafarna”. Luego miraré cuales eran sus dolencias y sufrimientos.
Dos más escaparon de la formación de reconocimiento.
-Venga. –El CASEP echó un vistazo alrededor, buscando a alguien- El Cabo Cuartel que se lleve a la “cafarna” antes de que les dé un vahído o nos vayan a vomitar el desayuno. O lo que es peor, quizá se nos maree alguno antes de llegar al médico y tengamos que abrir el protocolo de evacuación para las pandemias. Y el resto que cojones mira. Firmes. Ar. Izquierda. Ar. ¡A tierra!
Los de la “cafarna”, soltaron una risilla por lo bajini viendo como los otros doscientos comenzaban sus flexiones…
Al final resultó que ser de la cafarna” no era tan bueno.  De momento te quedabas con la muletilla de cafarnoso para los restos o cada vez que había una formación y los sanotes salían corriendo (sic. perdiendo el culo) para llegar a la fila lo antes posible, la “cafarna” salía andando tranquilamente para llegar a la formación sin grandes inconvenientes. El mando que dirigía la formación al verles llegar, les miraba con desprecio y soltaba una frase que posteriormente llegó a hacerse muy popular. “Ahí vieeene la cafarna”.
Lo cierto es que, con el paso del tiempo, casi todos fuimos acreedores de tener el dudoso honor de formar parte de la “cafarna”. Ahora bien, los motivos nada tenían que ver con aquellos primeros.

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