domingo, 18 de noviembre de 2018

NUNQUAM MINERVA PARTEA PALAS. Capítulo cinco. El primer día de paseo. Tercera parte.


 

No se podían colocar más bombillas, luces y bolas discotequeras de luces en menos espacio. Aquellas luces de colores y los espejos y cristalitos que, por todas partes llenaban el interior del local, con aquel olor tan familiar a tabaco, cubatas y humanidad nos hicieron poner inmediatamente en situación.

El olfato es el sentido que más refleja nuestros recuerdos y aquel que nos retrotrae a pasados acontecimientos. Después de una buena temporada oliendo únicamente a árboles y naturaleza, a ecosistema puro y a medio ambiente, a peroleo y xuxos con cacaolat, nuestras pituitarias necesitaban con urgencia un empuje de olores de vida corriente. Muchos años han pasado y aun hoy día vienen a mi mente recuerdos de aquellas fechas, al percibir un olor parecido.

Aquellos primeros pasos dentro de la discoteca con aquella música que luego recordaríamos mientras íbamos pateando por los campos o haciendo instrucción de orden cerrado en la Gran Explanada, nos hacían ver estrellitas donde no las había.

El calor de los primeros compases, quizá algo de sofoco y ver cómo la gente que tenía llevaba gafas se le empañaban inmediatamente nos daba la sensación de estar en algún tipo de cielo poco recordado pero muy deseado.

También podía ser que las dos o tres copas tomadas anteriormente nos estuviesen marcando los compases internos y ese calor fuese precisamente consecuencia de ellas.
Allí apoyados contra la barra sujetando con fuerza un cubata con el brazo derecho en una perfecta posición de ángulo recto, representábamos la imagen de aquellos Caballeros a los que habían enseñado a calcular las distancias con los dedos por medio del cálculo de milésimas: un dedo, tantas milésimas, dos dedos…
Y a nadie se le ocurrió echar a andar hacia el medio de la pista y meterse dentro a moverse con el resto del personal civil que abarrotaba la pista. Aquella primera vez nadie parecía dispuesto a entrar en la pista de baile a hacer mover los cordones. Pero siempre tiene que haber un primero y esa vez fueron tres o cuatro a la vez que con ímpetu acercaron sus sonrisas al resto de los bailarines en la pista.
Ahora a marcar el territorio. Eso era lo que teníamos que hacer. Marcar, y apuntar, mientras movíamos el vaso a los lados dando vueltas a los hielos hasta que acababan deshaciéndose. El resto vendría por sí sólo. Llegaría el agarrado y ahí se cumplirían todas nuestras expectativas.
Efectivamente, los compases del Hotel California acabaron con la música discotequera que sonaba y silenciaron, si cabe, el runrún de la pista, dando un vuelco a los corazones de los alumnos amontonados en grupos a la vera de la barra.  Igualmente, el silencio dejó solos en el mismísimo centro, a aquellos alumnos que previamente había osado entrar al baile. Ya fuese por las fechas, las costumbres adquiridas o porque con aquellas edades los jóvenes llevaban marcado lo que debían hacer en aquellos lugares, aquella música de los Eagles nos obligó a iniciar una trashumancia alrededor de la pista pidiendo baile a todas cuantas señoritas se encontraban sentadas en el local esperando a que alguien las sacase a bailar.
-           ¿Bailas?
-           No
-           ¿Bailas?
-.          No
-           ¿Bailas?
-           No
-           ¿Bailas?
-           No
Aquí fallaba algo.


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