No se podían
colocar más bombillas, luces y bolas discotequeras de luces en menos espacio. Aquellas
luces de colores y los espejos y cristalitos que, por todas partes llenaban el
interior del local, con aquel olor tan familiar a tabaco, cubatas y humanidad
nos hicieron poner inmediatamente en situación.
El olfato es el
sentido que más refleja nuestros recuerdos y aquel que nos retrotrae a pasados
acontecimientos. Después de una buena temporada oliendo únicamente a árboles y
naturaleza, a ecosistema puro y a medio ambiente, a peroleo y xuxos con cacaolat, nuestras pituitarias
necesitaban con urgencia un empuje de olores de vida corriente. Muchos años han
pasado y aun hoy día vienen a mi mente recuerdos de aquellas fechas, al
percibir un olor parecido.
Aquellos primeros
pasos dentro de la discoteca con aquella música que luego recordaríamos
mientras íbamos pateando por los campos o haciendo instrucción de orden cerrado
en la Gran Explanada, nos hacían ver estrellitas donde no las había.
El calor de los
primeros compases, quizá algo de sofoco y ver cómo la gente que tenía llevaba gafas
se le empañaban inmediatamente nos daba la sensación de estar en algún tipo de
cielo poco recordado pero muy deseado.
También
podía ser que las dos o tres copas tomadas anteriormente nos estuviesen
marcando los compases internos y ese calor fuese precisamente consecuencia de
ellas.
Allí
apoyados contra la barra sujetando con fuerza un cubata con el brazo derecho en
una perfecta posición de ángulo recto, representábamos la imagen de aquellos
Caballeros a los que habían enseñado a calcular las distancias con los dedos por
medio del cálculo de milésimas: un dedo, tantas milésimas, dos dedos…
Y
a nadie se le ocurrió echar a andar hacia el medio de la pista y meterse dentro
a moverse con el resto del personal civil que abarrotaba la pista. Aquella
primera vez nadie parecía dispuesto a entrar en la pista de baile a hacer mover
los cordones. Pero siempre tiene que haber un primero y esa vez fueron tres o
cuatro a la vez que con ímpetu acercaron sus sonrisas al resto de los
bailarines en la pista.
Ahora
a marcar el territorio. Eso era lo que teníamos que hacer. Marcar, y apuntar,
mientras movíamos el vaso a los lados dando vueltas a los hielos hasta que
acababan deshaciéndose. El resto vendría por sí sólo. Llegaría el agarrado y
ahí se cumplirían todas nuestras expectativas.
Efectivamente,
los compases del Hotel California acabaron con la música discotequera que
sonaba y silenciaron, si cabe, el runrún de la pista, dando un vuelco a los
corazones de los alumnos amontonados en grupos a la vera de la barra. Igualmente, el silencio dejó solos en el
mismísimo centro, a aquellos alumnos que previamente había osado entrar al
baile. Ya fuese por las fechas, las
costumbres adquiridas o porque con aquellas edades los jóvenes llevaban marcado
lo que debían hacer en aquellos lugares, aquella música de los Eagles nos
obligó a iniciar una trashumancia alrededor de la pista pidiendo baile a todas
cuantas señoritas se encontraban sentadas en el local esperando a que alguien
las sacase a bailar.
- ¿Bailas?
- No
- ¿Bailas?
-. No
- ¿Bailas?
- No
- ¿Bailas?
- No
Aquí
fallaba algo.
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