domingo, 18 de noviembre de 2018

NUNQUAM MINERVA PARTEA PALAS. Capítulo cuatro. Los mandos.


Las presentaciones habían llegado a su fin. Por fin conocíamos a todos los mandos que iban a regir nuestras vidas y milagros durante el resto de aquel curso académico. Los jefes de sección habían aparecido por allí como sin darse importancia pero, dando al aire su propia impronta.
El uno, aparentemente demasiado joven para ser teniente, llevaba bolsillos en el M67. Cosa poco usual pero consecuente con aquel rimbombante nombre de siete bolsillos que traían en su caja los trajes. Realmente solo tenían seis y por más que buscásemos nadie fue capaz de dar con el séptimo, hasta qué, cuando apareció el teniente con sus manos en los bolsillos, pareció dar calma y tranquilidad a nuestros atribulados cerebros. Luego resultó que aquella obra de ingeniería se la había mandado realizar a una modista de Salas de Pallars. Con pocas palabras y sin levantar mucho la voz nos hizo un pequeño desglose de lo que desde su punto de vista iba a ser el curso: que nos iríamos conociendo, que las dudas y problemas (incluso quejas) las presentásemos ante los correspondientes CASEP (¡qué miedo!) y que poco a poco iríamos… parecía un ángel hablando a los serafines. Estábamos embelesados con aquella arenga que sonaba tan bien en nuestros acongojados oídos.
El otro apareció por allí con un chucho y nos dio unas palabras a una velocidad mayor que el rayo en y en un idioma prácticamente incomprensible que nadie pareció entender. Vino a decir algo sobre su perro y acabó presentándonos a su coche (un 127 blanco que acabaría haciéndose famoso en aquellas lides). El caso es que cuando ya se marchaba, nos dijo que él era el más especializado, el más acreditado,  el más…en una palabra el más caracterizado. Ello le valió el inmediato y categórico apelativo de “Masca” que le llegó a perdurar durante todo el curso.
El último tardaría unos días en incorporarse y de momento deberíamos contentarnos con un sargento que haría sus veces, nos dijeron. Éste, en un lenguaje que todos pudimos entender nos advirtió la aplicación de la disciplina militar a la enseñanza académica, explicándonos en que iba a consistir el curso que hacía breves fechas había comenzado.
La presentación del capitán fue como mucho más aristocrática. Apareció por allí como de rondón cuando estábamos escuchando a uno de los tenientes y metido en medio de la formación, fue  haciendo comentarios jocosos a unos y otros, o preguntas de carácter general que, más que ayudar, escamaban al intimado, dejándole receloso sin saber exactamente lo que había pasado. El “equipo completo” comenzaba a forjarse.
-   ¿Qué tal se encuentra usted esta mañana?, joven.
No sabiendo de donde procedían aquellas palabras, el interpelado movía la cabeza sin saber hacia dónde dirigirse.
-   ¿Ha desayunado usted bien hoy?, Caballero.
-   ¿Cree usted que hay vida más allá de la disciplina y el orden cerrado?
-   ¿Cómo se llama su capitán?
-  
-   ¡Cómo! ¿No se sabe el nombre de su capitán? Alguien tendrá que responder por esto.
En medio de la formación, un individuo, alto, con gafas de sol negras, también al igual que el primer teniente con bolsillos en el pantalón de faena, andaba por allí preguntando aquellas cosas tan extrañas.
Finalmente, como si de la entrega de los Oscar se tratase y como si fuese pisando una alfombra roja, subió las cuatro escaleras que llevaban al zaguán de la Compañía y con una sonrisa “profidén”, nos saludó a todos levantando una mano hacia los tenientes y CASEP que, se ve que conocedores del carácter de aquel individuo, no dieron más importancia y siguieron a lo que estaban. Sin más dilación comenzó su aserto, que fue largo y reposado, su verbo fluido y suave nos llevó por lugares que no conocíamos y nos dejó entrever que aquella no iba a ser una Unidad normal de alumnos, que no iba a ser una Unidad blandengue… bla,bla,bla.
Acabó con aquello tan manido de que “las puertas de mi despacho estarán siempre abiertas para que ustedes puedan contarme sus cosas o lo que se les ocurra”. Hermosas palabras que, con los años han ido repitiendo todos aquellos que con motivo de una presentación quieren dar una imagen de democráticos, ello con el olvido evidente del puñetero conducto reglamentario que viene a arreglar de golpe cualquier necesidad que puedas tener de rajar donde no debes.
Los ahora caballeros o caballeretes como se terminó llamándonos, conocimos aquello del conducto reglamentario por el militar sistema del frotamiento duro. La primera vez que uno de los alumnos se acercó al capitán para preguntarle alguna cosa de, evidentemente, poco interés, el CASEP más cercano le miró y con un leve movimiento de la mano derecha, como si fuese a escribir, colocó las cosas en su sitio “luego me da nota, caballero”. Solucionado.
Lo cierto es que cuando ya llevábamos unos pocos días allí, ya nos habíamos hecho una composición de lugar de los mandos que nos habían tocado y estábamos en disposición de compararlos con los de otras secciones o compañías.

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