domingo, 18 de noviembre de 2018

NUNQUAM MINERVA PARTEA PALAS. Capítulo tres. El Casino.


Conocíamos su existencia, más no nos podíamos imaginar su ubicación. Allí arriba después de los almendros debía haber un lugar donde los pobres pringados podían pasar un rato de asueto, departiendo únicamente con ellos mismos.
Una tarde, después de haber penado un par de horas de orden cerrado, otro par de horas de orden de combate y otro par de horas o tres en clases, se nos formó con urgencia y se nos avisó pomposamente que esa tarde podríamos acercarnos al Casino de Alumnos, durante el tiempo de descanso. Sólo nos faltó rugir y tirar las gorras al aire. Hubo un grito socarrón con algo así como un ¡bieeeen! que no dejó indiferente a nadie. El CASEP de turno nos dijo que no era para tanto y bla, bla,bla… Aséense y a partir de esa hora tendrán media hora para ir al Casino.
Por una parte, aquello parecía una pequeña conquista y por otra no dejaba de ser algo que, por esperado, no tenía la menor importancia.
Rotas las filas, el que más y el que menos se encaminó hacía el famoso Casino para observar con dolor la larga cola de más de cien metros con alumnos, igual que nosotros, esperando la entrada. Aun así, pudimos echar un vistazo a su interior. De repente, la ilusión se desvaneció y en su lugar apareció la cruda realidad. Aquel rimbombante nombre, acercaba una posición mucho más elevada de lo que en realidad era. Un bar. Un bar grande, pero un bar.
Pacientemente nos dispusimos a guardar la cola, pero los minutos pasaban irremediablemente y aun antes de haber entrado en el Casino, sólo quedaban ocho minutos de descanso antes de formar para ir al estudio.
-Volveremos mañana –Nos dijimos echándole moral.
Al día siguiente, exactamente a la misma hora, se repitió la operación.
-¡Rompan filas! –dijo el CASEP.
Esa vez salimos de la formación apuraditos (vamos, a toda ostia), pero al llegar allí observamos igualmente que, la cola, sin llegar a ser de cien metros, podía llegar tranquilamente a los cincuenta. La solución fue volver directamente a la Compañía y esperar que el siguiente día fuese más provechoso.
Casi llegando la Compañía nos encontramos a uno de los “perdigones” con los que habíamos hablado los primeros días y con un intercambio de fuego y tabaco nos dijo que para llegar a tiempo al Casino y para coger una mesa –que, sí las había- había que estar allí a las seis en punto de la tarde. Además, era aconsejable no ir solo, sino que la mejor opción era que, yendo varios, uno fuese hacia la barra a pedir mientras los otros ocupaban la mesa y cuidaban las sillas. Máxime, teniendo en cuenta que había que ir primero a una parte de la barra donde se encontraba una caja registradora que manejaba con eficiencia un soldado y al cual se le pedían los productos a consumir, lo que, previo pago de su importe se premiaría con un ticket. Con ese ticket pasaríamos a otra parte de la barra donde nos darían los productos.
Entendido y aceptado.
Al día siguiente, como si de una misión táctica se tratase, fuimos concertando entre unos pocos la mejor manera para poder llegar con tiempo, coger sillas y mesas, acercarnos a la barra con una lista previamente preparada y solicitar los productos ante el amo de la registradora donde nos darían el preciado ticket. Mientras, otro de nosotros haría cola en la parte de la barra donde se servían los productos y sería el que recibiría el papelillo para dárselo al camarero que nos serviría las consumiciones.
Ahí aprendimos que no toda táctica lleva consigo un buen resultado efectivo en la batalla. Ahí aprendimos que, sólo con la táctica no se ganan las batallas. Se necesita además una buena estrategia. Se necesita astucia. Se necesita picardía, incluso marrullería. Así fue.
El día señalado a las 18.00 horas (ya utilizábamos el horario militar) estábamos en la puerta esperando para que abriesen y poder pasar entre los primeros puestos. Uno de nosotros ocupó una mesa y sujetó a su lado seis sillas. Otro corrió hacia la máquina registradora con su papel con el pedido la mano: dieciocho xuxos  y doce batidos de cacaolat. Al tanto, otro se puso a la cola de la barra donde ya, a aquellas tempranas horas, ya había unos pocos alumnos esperando para hacer lo mismo (evidentemente, utilizando la misma estrategia).
El alumno se ubicó a la vera de la registradora en noveno lugar para solicitar la compra. Los codazos ya empezaban a notarse y sin haber un árbitro por allí que controlase la situación, el ambiente se hizo insoportable. El encargado de la registradora, como un San Pedro divino cuidador de las puertas del cielo, hacía caso omiso a los requerimientos de aquéllos que no le parecían oportunos. Después de varios intentos, con su ticket en la mano se acercó hacia donde estaba su compañero haciendo bulto para pedir el material que aparecía en el ticket. A la vera del mostrador, todos los que se amontonaban delante de la barra, con un brazo en alto sujetando el preciado ticket, llamaban a gritos al camarero:
-Aquí, aquí…-decían unos y otros.
Pero aquí la estrategia falló (grandes batallas se han perdido por no haber aplicado correctamente la estrategia a la táctica ¿O era al revés?). La historia volvió a cambiar ya que el camarero, increíblemente, parecía conocer a algunos de los que allí se amontonaban, no prestando atención al resto.
Aquel era un problema que terciaba una solución. Ya éramos militares y como tales, debíamos ser estrategas. Deberíamos pensar militarmente y buscar soluciones sencillas a problemas complejos. Ésta apareció por sí misma: al día siguiente invitaríamos a merendar a uno de los “perdigones” …
Lo cierto es que no hizo falta y como lo hizo, no lo sé. Pero uno de nosotros consiguió hacerse amigo de uno de los soldados camareros y posteriormente de otros más. Los llamaba por su nombre de pila e incluso tenía tiempo de hacerles algún chiste mientras esperaba a que le diesen su ticket. Al recoger el producto de los tickets, simplemente daba una voz entre el barullo. -¡Pepe! –decía. Y el camarero de la barra le veía e inmediatamente le atendía. Entretanto el resto, guardaba cola quejándose y jurando en hebreo.
Grandes momentos nos esperarían a partir de ese día.

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