En mis ya largos años de oficio, a menudo me he encontrado con
personas que, por unos u otros motivos, pretenden romper su relación de pareja.
La imagen, con pocas diferencias, suele ser la misma: personas que con las manos
agarradas a la espalda o metidas en los bolsillos y la vista baja o mirada semi
perdida vienen cada uno pensando que son la parte que realmente tienen razón en
lo que pretenden hacer, es decir romper aquella relación. Al principio explican
gravemente qué es lo que ha pasado o porqué, pero siempre desde su propio punto
de vista, comunicando la propiedad de razón, acreditando ser la mejor de las
dos partes.
Oídas las versiones, lo primero es mediar. Recordarles que
siempre es posible un arreglo o que siempre es mejor un mal arreglo que un buen
juicio. Luego solamente queda plasmar en un documento la realidad de la
situación y de cómo continuará a partir de su firma. En él, se pondrán negro
sobre blanco todos aquellos escenarios y circunstancias que marcarán su futuro
más inmediato. Ese documento llamado convenio regulador, posiblemente el más
importante dentro de este proceso, ulteriormente regulará las relaciones entre
ambos.
El letrado o mediador procurará que este proceso, fundamental en
las futuras relaciones entre partes, sea lo menos doloroso posible, intentando que
las partes perciban que, para la disolución, ambas partes deben ceder en alguna
de sus ínfulas.
La desavenencia y discordia entre partes me recuerda la pugna
entre partidos políticos, ahora mismo enfrentados por un problema de cuestiones
similares a las de las parejas que rompen su relación: buscar su mejor posición
en el convenio regulador. Quizá un mediador externo recordaría a los partidos que,
igual que en el convenio regulador propio de los divorcios, deben evitarse las
rupturas traumáticas por interés de los hijos, si los hubiera. Y recordarles
que aquí hay hijos a cargo. Y muchos. El propio justiciable es la parte débil
que sufrirá los desmanes de esta componenda. Lamentablemente, éstos han
decidido que su convenio regulador buscará un reparto donde, para beneficio
propio, tendrán más valor los trapos de la cocina o el video VHS que las
soluciones que necesitan aquellos hijos a cargo.
Un proceso de divorcio o de negociación es necesario, y también
lento, pero el tiempo sin acuerdos solo produce desgobierno. Sí los españoles
hemos votado de una manera determinada será porque pretendemos que la
gobernanza sea de ese estilo, así que los partidos políticos deben,
sencillamente, aceptar el resultado y dejarse de acomodos. El resto, devaneos y
desatinos, no suponen más que incertidumbre para unos y alegría para ellos
mismos.
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