Jaime de Armiñán, en su película
“Mi general”, realizó
una crítica venial sobre el Ejército desde la perspectiva de unos generales que,
a punto de pasar a retiro, deben volver a la academia militar. El estancamiento
y la necesidad de reciclaje germinan a los personajes típicos: el guapillo, el
listeras, el chivato… Armiñán olvidó mencionar a un personaje importante en la
reciente cúpula militar “el rojo”.
Julio Rodríguez “el rojo”, había sido todo en el Ejército
y lo había defendido todo durante su ciclo de vida militar: la Constitución, la
Ley, la lealtad al Rey, los valores castrenses, el proteger y servir… Ahora, obviado
y olvidado, añorando una continuidad en la que plantar los valores que siempre
había defendido, ha cambiado de tercio, ha fichado por Podemos, ha adquirido la
categoría de “perroflauta” y ha obtenido ipso facto el marchamo de
antimilitarista.
Sin duda, tal fichaje, debió preceder
de una previa asunción de la filosofía que impregna al Partido y a su programa
para, aprobada esta fase, sentirse arropado por la organización objeto de la
continuación de su lucha. Esta organización qué, con altas dosis de
extravagancia política representa entre otros a los descontentos del 11M, que tiene
serias dudas de cómo interpretar la Constitución, que no duda en pactar con fuerzas
de ultra izquierda o partidos anti-sistema o que aprieta las tuercas de la Ley
para eludir ciertos compromisos históricos, ha sido quien le ha puesto, negro
sobre blanco, el camino para su lanzamiento a la brecha política. Nada más
fácil que ofrecerle algo que pocos estarían dispuestos a dejar pasar. “…estaré orgulloso de que sea mi ministro de Defensa”
Pablo Iglesias dixit. No ha conseguido ser diputado, pero ahora desde la
postura de ministro de defensa “in
pectore” pretende instaurar un nuevo orden, instando a los militares a
dudar de los valores constitucionales o a preguntarse si la ley y los valores
que siempre han defendido son debatibles o discutibles.
Lo último, entre otras majaderías,
calificar al Día de las
Fuerzas Armadas como sustitutivo del “día de la victoria” franquista llamando a
los, ahora suyos, al boicot. Vamos, vamos.
Los efectos y las consecuencias
no se han hecho esperar y una de ellas, sin duda la más importante, y que con
toda seguridad lamentará, es que el respeto de los militares que mientras han
estado a sus órdenes, sí han sabido estar a la altura, se ha perdido. El sabrá.
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