Hace
años cuando España era un país sombrío que vivía de lleno un régimen de
oscurantismo, sin luz ni taquígrafos que pudieran iluminarnos el camino, afortunadamente,
una vez al año llegaba la Navidad. Las primeras fechas de diciembre nos adelantaban,
con anuncios moñas, que presto llegaba el famosísimo sorteo.
Con eso y poco más
empezaban a iluminarse primero los locales, luego las casas y finalmente las
calles. Los ayuntamientos ponían toda la carne en el asador para conseguir que
aquel oscurantismo de once meses acabase en un momento y con luces de colores
nos engañaban para que saliésemos a la calle y manifestásemos aquella alegría
necesaria para seguir sobreviviendo.
Llegó
la democracia, y la Navidad se mantuvo como baluarte de esperanza en los
corazones de las personas, animando y ofreciendo los mejores deseos siempre
bajo aquel conglomerado de bombillas que alumbraban las ciudades y que parecían
hacer olvidar los sinsabores anteriores. Concursos de iluminación de calles,
locales o establecimientos reflejaban el estado de ánimo de la población y no se
veía comercio alguno que no tuviese en sus escaparates un batiburrillo de
bombillas intermitentes reflejando su luz en toneladas de espumillones de
colores.
De
aquel hosco tiempo, hemos pasado a un consumismo sin límite. La Navidad llega
prácticamente en octubre y no nos deja hasta febrero, seguramente, consecuencia
de la luminosidad que reina en calles y comercios. Pero, algo ha cambiado en el
sentir popular. Han desaparecido los concursos de adorno de escaparates y hemos
entrado en una época de ornamento minimalista de Navidad, siendo suficiente un
mínimo merry christmas para dejar acicalado
cualquier escaparate. Los ayuntamientos tampoco ayudan mucho y algunos menos
que otros.
En
las ciudades nos hemos enterado hace un par de tardes que la Navidad se nos
había echado encima por el encendido del alumbrado navideño, pero confieso que
he debido pensar si ciertamente
estábamos en Navidad o con el tiempo de las fiestas en verano o lo que es peor,
con el “alumbrado” de semana
santa. Las luces bombilleras de toda la
vida han dejado paso a las luces led y
los motivos de este año a base de la más alta tecnología más del estilo de
matrix que de una Navidad tradicional, nos han cogido por sorpresa. La crisis
que tanto nos ha amenazado durante los últimos años, ha tocado también a la
Navidad y la ha empobrecido, haciéndola perder aquel toque de alegría que
producían los destellos de sus bombillas. Pero no todas las ciudades han salido
perdiendo, sino que tendremos que observar qué grupo político o coalición
gobierna en una ciudad para comprobar cuanto será el gasto o el interés que se
pondrá a la hora de festejar unas fiestas que, no deben tener simbología
política.
Tampoco
pretenderé comparar ciudades españolas con otras del entorno ni mucho menos con
ciudades de otros países más o menos cercanos, pero la realidad es que a todos
nos ha afectado la crisis en mayor o menor medida y sin embargo las
celebraciones de estas fechas, nada tienen que ver con aquellas que nos muestran
en la televisión en las que sus efectos, aparentemente, no se han notado.
Es
por eso que, aunque los ingresos recaudatorios no hayan descendido, incluso
aumentado en ciertas ocasiones, el gasto en alegrarnos las fiestas se ha
quedado por los suelos y como síntoma directo de la llegada de la Navidad sólo
nos ha quedado el frío.
En
fin, espero no haberme equivocado al rotular este artículo. De lo contrario, quizá
hubiera sido más acertado Navidad en crisis. Feliz Navidad.
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