Es uno de los permanentes dilemas que tenemos en España con esta
normativa que no acaba de ajustarse a los convencimientos de unos y otros. Hace
unos días se celebró en el Congreso de los Diputados y en el Senado español la
toma de posesión de los nuevos congresistas y senadores y tuvimos que ver con
sonrojo como muchos de ellos obviaban la fórmula estipulada en el Reglamento de
las Cortes, para soltar unos juramentos o promesas que nada tenían que ver con
lo que se estaba celebrando. Más bien parecían declaraciones políticas de
intenciones, sin que nadie, con mando, diese un paso para arreglarlo. ¿Cuál era
la idea? Acatar la Constitución o ¿atacarla? Cierto es que ya, anteriormente, hubo
juramentos extraños, pero también cierto que había unos presidentes de las Cámaras
que controlaban todas aquellas manifestaciones fuera de lugar de sus señorías.
Si tuviéramos que buscar un responsable, sería Rodolfo
Chikilicuatre, en la interpretación de David Fernández. Una forma absolutamente
chunga de ver lo que se cocía en España en el año 2008. Ese año, se permitió al
electorado emitir un voto que, a la postre, sería el decisivo para elegir el
representante de España en Eurovisión. Nadie dio un paso para evitar tamaña
tomadura de pelo y así nos fue. Chikilicuatre dio al exterior, la imagen de un
país cutre y atrasado, metido de lleno en algún tipo de duda existencial de la
que nadie tenía claro por dónde salir. El modelo Chikilicuatre abrió la puerta
a poder hacer lo que nos dé la gana y enseñar al exterior cómo somos los
españoles. Esta vez, hemos explicado que en España ni juramos ni prometemos. Nosotros
lo hacemos por Dios y por España, por el planeta Tierra, por Mafalda o por el
Monopoly que teníamos cuando estábamos en primaria. Da igual. El asunto es dar el cante y ponerse
a la altura de cualquier país bananero, dando una imagen absurda y mema de lo que
se supone debe ser una actuación seria de los más importantes poderes del
estado.
Se preguntará el ávido lector: ¿Qué será lo siguiente? Es
difícil de predecir. Después de haber visto la pérdida absoluta de valor de la
corbata, la entrada en el Parlamento de las rastas, las mochilas y los
pantalones vaqueros de culo caído o las camisetas negando al Rey o a la
monarquía, solo nos falta que el juramento de este tipo de personas que no vienen
al Parlamento más que a hacer algún tipo de paripé, sea venir ya jurado de casa
o, emulando al gran Chiquito, jurar por la gloria de mi madre. Quien sabe.
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