Las fiestas mayores de Navidad ya han
pasado y solo nos queda Reyes para recordar unas fiestas que, dentro de lo que
cabe, han sido entrañables. En estas fechas, ya sea por las luces o el ambiente
que producen las compras y el consumismo nos ponemos tiernos y mejoramos algo
nuestra conducta y nuestra cara de vinagre. Nos deseamos lo mejor y nos damos
la mano, abrazos o besos sin pensar que dos días antes nos limitábamos a un
simple movimiento de cabeza. Luego, cuando finalizan parece que como por arte
de magia se nos borra aquella sonrisilla tierna y volvemos a la cruda realidad.
Por eso aprovecharé estas líneas para volver
la vista atrás y recordar cómo hemos pasado las fiestas navideñas. Los que
hayan podido, que los habrá que no, seguramente habrán estado reunidos con la
familia procurando pasar lo más desapercibidos posible y al rebufo del síndrome
del cuñado. ¡Cuidado! es una máxima demostrada que si comenzamos a cenar y no
hemos calado al cuñado es que quizá seamos nosotros mismos. Al contrario, me
pregunto porque no existe el síndrome de la cuñada ahora que está tan de moda
la igualdad y la fraternidad (es un decir) entre los dos sexos.
También se me ocurre pensar cómo han
pasado las navidades los militares desplazados en el exterior, lugares en donde
su presencia es obligada y sin embargo no muy recompensada. O los policías en los barcos Rhapsody y Azzurra, comiendo peor
de lo que han podido comer los políticos ingresados en prisión. Es sobradamente
conocido que con los derechos fundamentales más claros que los de los policías,
sí habrán podido cenar en consecuencia. Eso sí, los villancicos se habrán
cantado con más fuerza en Tabarnia.
Y cómo lo habrá pasado Puigdemont, el pobre, obligado a
pasar las Navidades lejos de su patria chica, en un palacete de lujo propiedad
de un independentista flamenco con 2.6 hectáreas. Seguro que ha sufrido
horrores, pasando privaciones, carencias y escaseces. Tal debió ser, que ha
dicho que como regalo de Reyes quiere volver a Cataluña. Se ve que le ha
afectado aquello de la ternura de los anuncios de Navidad y el “vuelve a casa
vuelve”. La pena es que si vuelve el Estado le estará esperando para darle
habitación en “villa candado”.
Si, amigos, sí. Aunque las luces y el
ambiente ya no permanezcan, la ternura de los días anteriores no debe perderse.
Sonriamos y procurémonos un año nuevo mejor que el anterior. No caigamos en la
tentación de pensar que todo viene dado y que el año que empieza, por inercia,
va a ser mejor. Feliz 2018.
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