Pocas
veces hacer un panegírico o aportar una impresión personal supuso menos
esfuerzo para los columnistas que nos dedicamos a glosar los parabienes y “paramales”
de aquellos que se mueven en la actividad política, como es el caso de Carme Chacón.
Cuando me encontraba en plena ebullición de la
escritura de mi novela “Cambio de paso”, una tarde me di un respiro para
enfrentarme a escribir el prólogo. No fue difícil: cuando te pones a escribir
una novela protagonizada por mujeres y militares a la fuerza te viene a la
cabeza el nombre y milagros de esta mujer y a ella se lo dediqué. Pero había
más.
Dentro
del sombrío entorno de los entresijos socialistas, donde destacar es cosa poco
menos que quimérica, la única manera no reconocida para ello en el partido, es
la lealtad. En un partido donde la lealtad se paga con puestos, ella supo conseguir
esa confianza que se necesitaba y que exigía la lidia de toros de casta de la
talla de Zapatero, Rubalcaba e incluso Sánchez.
Con
una juventud evidente, pero con un corazón que no daba para muchas alegrías,
consiguió estar a su nivel, independientemente que en los últimos tiempos, no
siguiese la cuerda de Rubalcaba -con quien se enfrentó en los cosos del
partido- y posteriormente la de Sánchez –a quien negó su apoyo cuando éste fue
defenestrado.
Defendió
como pudo el nombramiento como ministra de Vivienda, pero fue un designio
zapateril quien buscando un gran golpe efectista, y por haber sido de su pandilla
en el momento de su elección como secretario general del PSOE, la colocó como
ministra de Defensa, en el ámbito de la gran política
Los
militares, después de haber pasado por el trance de la designación, en su día,
de un civil para el MINISDEF, se encontraron con que por primera vez en siglos
una mujer accedía a mandar este hirsuto colectivo sin otro bagaje que poco más
de cincuenta kilos y un embarazo sietemesino. El público en general y sobre
todo sus subordinados jerárquicos acogieron con escepticismo esta novedad, pero
accedieron, como siempre, tranquilos y reposados las nuevas directrices. ¿Cómo
lo hizo? No es el momento. ¿Lo hizo bien? Ahora no es el caso.
Lo
cierto es que, políticas aparte, es de recibo reconocerle el valor para
enfrentarse a unos toros negros y zainos cargados de estrellas y de medallas y
sencillamente dirigirse a quien mandaba con dos palabras: “¡mande firmes!” ¡Ole
y ole! Descansa en paz.
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