Después
de pelear bravamente, los dos equipos españoles se alzaron con la victoria en
el siempre difícil campo de San Siro. Sí. Los dos equipos. Sólo uno podía ganar,
pero ambos se trajeron para casa la impronta de dos equipos que lo dieron todo
para conseguir levantar la copa.
Seguro que no es necesario hacer una larga
exposición de los méritos de unos y otros a la hora de haber demostrado su
empeño en las más de dos horas que duró semejante duelo. Esta justa se
recordará largamente, aunque no haya sido la primera vez que dos equipos
españoles se enfrentaban en una final de la ahora Champions League.
Todavía se
recuerda con orgullo patrio aquella primera final entre dos equipos españoles,
en Saint Dennis en el 2000, o aquella segunda final de Lisboa de 2014 que acabó
por segunda vez con dos equipos españoles peleando por la ansiada copa
continental de clubs. Ahora volvían los mismos equipos a intentar una gesta semejante.
Todo estaba preparado. Todos los medios lo habían adelantado. Un gran
despliegue por parte de cualquier medio de comunicación que se preciase. Las
fuentes donde se bañarían los hinchas de ambos equipos estarían listas en
cualquier ciudad de España. Las banderas de ambos clubs se colgarían en las
ventanas de todas las ciudades.
Daba gusto ver la cantidad de banderas que
aparecieron colgadas a lo largo y ancho del país. Esas banderas marcarían el
acento que los aficionados españoles sentían por los colores de sus equipos. No
hubo más espectáculo que el puramente deportivo.
Pero, únicamente, banderas
deportivas o de representación del país al que pertenecían ambos equipos. No
hubo politiqueos ni expresiones independentistas. No hubo pitos a nadie que no
fuesen los propios lances del juego. Nada que no pasase por aquello que se
supone formaba parte del juego. Si tuviésemos que buscar algún cante, como
siempre el de las manifestaciones de los jugadores peleándose entre ellos o
algún otro enseñando la tableta. Bien por ello.
Lo
cierto es que si hubo un ganador no fue otro que el Rey Felipe VI (reconocido
colchonero) que tuvo la oportunidad de disfrutar del propio sufrimiento que se
suponía ver como pasaban los minutos viendo cómo se le escapaba a su equipo entre
los dedos la final soñada. Sólo fue en ese rato cuando se le vio como un
aficionado más. Al final sonreía como un chaval al entregar la copa a uno de
los equipos de su país.
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