jueves, 10 de septiembre de 2015

Los anuncios de la D.G.T

De nuevo este año hemos podido asistir al lúgubre espectáculo que nos presenta en los últimos años la DGT, con sus anuncios publicitarios para hacernos entender cómo deben ser las cosas en el uso de los medios de transporte a nuestra disposición y de los peligros que conllevan su mala utilización. 
Este año se dirige a esos pequeños despistes que cometemos al volante. Una de las máximas que esgrime la DGT es la fragilidad del ser humano para llegar a comprender lo que puede suponer una mala utilización de los vehículos o últimamente, el valor residual que pueden tener unas gafas de sol o nuestra canción preferida en el aparato de música.

Hay que reconocer que la campaña publicitaria se las trae y que la calidad de la misma no alberga la menor duda. Si lo que se pretendía es ponernos los pelos de punta al ver esas familias que se rompen por una indebida utilización de sus vehículos, hay que reconocer que lo han conseguido. 

Pero si bien es cierto lo uno, también es cierto que una campaña de esta categoría, financiada por un medio público, debe procurar llegar más allá de lo que meramente es una amenaza de un posible resultado inesperado. 
Ya en el lejano 2012 la DGT nos pretendía hacer comprender que lo importante es llegar y que la Administración no pretende otra cosa que lleguemos a nuestro destino sin percances. 

Por eso, debe recordar la DGT que no siempre son los pequeños despistes de los conductores los que dan lugar a esos temibles accidentes que nos presentan en las pantallas. 
En muchas ocasiones la Administración se pone de lado al ver la cantidad de puntos negros que existen en la red viaria española y que llevan consigo, también, que las posibilidades de una conducción segura se desmoronen. 
Es entendible que no todas las vías de circulación pueden tener el rango de autopistas de peaje o autovías. Pero no admitir determinados desdoblamientos de autopistas de peaje -obligando a conductores de todas clases a concurrir a carreteras de ámbito general y de primer orden, en mal estado de reparación-, también debería ser tenido en cuenta. 

Esas carreteras, -hacinadas por infinidad de vehículos que, aquí sí, sus conductores no pueden pasar el tiempo buscando las gafas o la música más adecuada-, el problema de los guarda-railes o quitamiedos para las motos -del que desde tiempo inmemorial se viene pidiendo una solución a la DGC-, la eliminación de peraltes y curvas sin sentido, o puntos negros llenos de baches y malos firmes, hacen que a estos anuncios les falte un algo importante para su completa realidad. 

Con todos los respetos y parafraseando al anuncio, el bache más caro del mundo podía ser aquel en que, sin pretenderlo, un vehículo introduzca una rueda y se encuentre con qué, en el mejor de los casos, se le produzca una avería de consideración. Luego las reclamaciones, al maestro armero.

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