El alcalde se despertó una mañana y sin
contemplaciones dijo que había que invertir más en Valladolid en detrimento de
las otras ciudades de la Comunidad por…bla, bla, bla. En la misma línea, el
alcalde de León barruntó que León tenía que estar fuera de Castilla y León y
formar su propia Comunidad, ello siempre capitalizándola. Ejemplos de ese o
similar pelaje se repiten, prácticamente, a todas horas en esta España que
parece no tener claro su pasado y la normativa legal que la regula.
De manera diferente, hace unos días el alcalde
de Vigo departía con su colega de Madrid sobre las bondades y beneficios que
tendría para sus ciudades, en Navidad, llenarla absolutamente de bombillas, compitiendo
en iluminación con grandes ciudades como Nueva York o Washington con sus
ciudades distinguiéndose desde el espacio sideral. Incluso, la nueva tendencia
de belenes de “diseño” de escaso gusto ornamental, perpetrado en los últimos
años por la alcaldesa de Barcelona.
Ocurrencias: pues sí. Pueden ser ocurrencias, pero lo que
intenta, cualquiera de ellas, es dar importancia o a conocer a la ciudad que está
dirigiendo. Esto es, que se la reconozca en el exterior.
Obviamente, la manera del alcalde de Alcorcón,
de Valencia o de Vigo, de darle cara al exterior a su localidad, llenándola de
luces, no deja de ser una excelente manera de impulsar la Navidad. Algunos habrá
que digan que llenar de luces el municipio supone una excesiva inversión o que
es un gasto inasumible o que algo mejor habrá, pero lo cierto es que el alcalde
de Vigo con sus bombillas, el de Madrid o el de Alcorcón con las suyas han
conseguido poner a sus ciudades en el candelero y conseguir unos índices de
ocupación nunca alcanzados en una Navidad. Además. ¿Qué sería la Navidad sin
una ciudad iluminada? La Navidad hay que celebrarla y esperar que las personas
salgan a la calle a aplaudirla y recuperar las olvidadas tradiciones, aunque ello
suponga una gran inversión.
¡Hay la Navidad! Esa tradicional época, en los
últimos tiempos denostada por unos y otros, que aparentemente ha perdido su
norte y señal, convirtiéndose en un escaparate del consumismo que nos rodea. Pero
seamos prácticos; la hostelería de la ciudad es la marca de agua de lo que
supone el rendimiento de una inversión en cualquier materia. Eso significa que
esa hostelería es la llamada a recoger los beneficios que puedan allegarse por
ese gasto luminario. Al fin, esos ingresos repercutirán, precisamente, en
buenos impuestos que a su vez servirán para hipotéticas mejoras en servicios
sociales u otros.
En fin, queridos alcaldes, tomemos buena nota y
disfrutemos de la Navidad para saborear el consumismo existente. Con
anticipación, para todos, Feliz Navidad.
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