En 1931 Manuel Azaña dijo que España había dejado
de ser católica, pero no acertó. España posee, aproximadamente, un 70% de
católicos. Innegable es que, últimamente ha bajado cuatro puntos, quizá como
consecuencia la pérdida de fe, las dudas sobre el papel de la Iglesia, su responsabilidad
en ciertos casos de corrupción o el nubarrón que la sobrevuela consecuencia de
denuncias por casos de pederastia.
Lo cierto es que la Iglesia ha ido perdiendo
progresivamente clientela y con ello el monopolio de la impartición de
sacramentos, por lo menos en la forma en que los conocíamos. Hasta hace poco, los Sacramentos de la Iglesia,
Bautismo, Eucaristía, Matrimonio …, eran de obligado cumplimiento y era la
Iglesia quien marcaba su ley. Pero, un día, pasó. El primero en caer fue el
matrimonio que, con su conversión en civil, disputó a la Iglesia el honor de regular
los gananciales y con ello el gusto de colocar flores en los altares, pasando a
las concejalías el derecho al arroz y al adorno floral.
Era el primer paso. Sólo faltaba que algún ilustrado
cavilase que sobraba depender de la Iglesia para cumplir aquellas tradiciones y
osase participar que, sí era posible lo uno, también podía ser posible lo otro.
Así surgieron el bautismo civil, la primera comunión civil y lo que te rondaré
morena.
En Rincón de la Victoria, bonito pueblo de
Málaga, una mujer solicitó al Consistorio de la localidad, una comunión civil
para su hija. Laica, vamos. Que reflejase el paso de la infancia a la
adolescencia, sin perder el blanco, el cancán y resto de bendiciones. Pero eso
sí, sin cura.
Lo siguiente no tardó. En Getafe una concejala
del PSOE, ha parido la primera fórmula de bautismo civil, (acogimiento civil,
le llama) como alternativa al bautismo, alegando que se trata de dar la
bienvenida al recién nacido a la comunidad y a la ciudadanía. Con padres,
padrinos y resto de concurrencia de punta en blanco, mientras se leen a un bebé,
atentísimo, los derechos que le otorga Naciones Unidas. Vaya chorrada. Tanto que, tras dos años de la
implantación de estos festejos, sólo han celebrado siete “bautizos” y dos “comuniones”.
Y como de una chorrada sólo puede salir otra, a una
concejal de Lorca no se le ha ocurrido otra cosa que casar a dos perros, Alma y
Dody. No faltó, siquiera, la referencia a la felicidad y el amor mutuo que se había
de tener la pareja que, por supuesto aceptaron alegremente, seguramente pensando
en el posterior viaje de novios.
Ratifico lo que dice Carlos Herrera cuando afirma
que en España no cabe un tonto más. La Iglesia
haría bien en tomar buena nota.
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