Cada vez que veo en los
medios que ha muerto un motero se me revuelven las tripas. Cada vez que leo que
un motero se ha caído en una carretera y ha acabado destrozado por el golpe que
se ha dado con los guardarraíles (bonito y moderno término acuñado por la Administración
de la Dirección General de Carreteras para definir a los terribles quitamiedos)
se me contraen todos los circuitos corporales. Quizá sea porqué soy lo que se
puede llamar un motero. Becario, sí. Pero motero.
Tengo casco, chupa,
botas, guantes y miedo. Sí, miedo a ir montado sobre una bestia que sin
problemas puede alcanzar los 300 kilos y los 300 kilómetros por hora. Por eso
lo de becario. También, porqué, por más años que pasé montado sobre ella, no
acabamos de ser uno. No acabamos de conseguir esa simbiosis que se les supone a
los centauros.
La Ley General de Circulación,
norma prohibitiva donde las haya, creada por los hombres para mantener,
proteger y garantizar la seguridad de los hombres, ha puesto las normas más rigurosas
e inclementes para todos aquellos que infringen sus preceptos, sobre la dura
base del dolor de corazón que supone aflojar el bolsillo, con despiadadas multas
pecuniarias. Por eso extraña sobremanera una noticia que ha saltado los medios
en las que se viene a decir que la guardia civil ha pillado a dos moteros que
habían sobrepasado la velocidad permitida en 180 km/h. Sí, sí, iban a 300 km/h.
Supongo que un motero becario como yo, no alcanza a hacerse a la idea de lo que
debe suponer alcanzar las velocidades del AVE o de Fernando Alonso. Pero a
estos dos personajes (seguro que no moteros) les ha parecido correcto ir a esas
velocidades y además grabarlo en video. Mal, y sobre todo poco listos. No se
les ha ocurrido otra cosa que perder la cámara en la que iban grabando, que ha
caído en manos de la guardia civil, que les ha pillado. No. No. Esos no son
moteros. Son pirados.
Mi amiga Marta, de la
Asociación de Síndrome de Down, me dice que cuando organiza la fiesta de Motodown
quiere recibir en la quedada a toda clase de moteros, con sus lustrosas
máquinas scooter, custom, naked, chopper, gran turismo…, con sus colgantes en
forma de campana para dar protección ante las caídas, con el saludito en V
invertida con la mano izquierda, con sus chalecos abarrotados de parches, pines
u otros aditamentos de carácter militar, o la barriguilla que lucen algunos. De
esos moteros. Moteros sí, pero no pirados.
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