martes, 17 de octubre de 2017

El dragón constitucional.


HACE MUCHOS años, cuando hacía la mili, vinieron a mi ciudad los primeros soldados de reemplazo procedentes de Cataluña, a hacer su Servicio Militar. Todavía no existían las Comunidades Autónomas, pero había un regionalismo sano, acendrado y competitivo que “alguien” había sabido inculcar en nuestra forma de ser. Evidentemente se les llamó catalanes. 
Nada mejor en una época en que los apodos debían ser simples: catalán, gallego, asturiano, vasco… Enseguida se demostró su habilidad para adaptación al medio. 

Aquellos catalanes traían consigo las letras de Raymond o de Luis Llach y ya fuese por el ritmillo que tenían o por lo que decían las letras, todos en aquel cuartel cantábamos a gritos la letra de “La estaca” o aquella “Gallineta” que nos hacía saltar de nuestros asientos cuando llegaba el estribillo y todos a la vez pedíamos amnistía y libertad o gritábamos “visca la revolución”. Recuerdo con nostalgia a uno de ellos que, pacientemente, me enseñó a tocarlas con la guitarra. 
Teniendo en cuenta el lugar, no parecía muy revolucionario que aún reciente la muerte de Franco se reunieran un grupo de soldados gallegos a cantar una canción catalana de la que, en la mayoría de los casos no entendíamos la letra. Todo lo que se pedía en aquellas canciones se ha conseguido y con creces. Por ello mismo aquellas canciones han pasado al olvido.

Al Presidente Puigdemont se le ha requerido sobre si declaró o no la independencia de Cataluña. El Gobierno ha dado unos días para contestar con claridad, exactitud y precisión, con una mera palabra, si lo hizo o no. 
Rajoy pretendía eliminar de un plumazo aquella parrafada sin razón en la que, con una impecable técnica de ambigüedad, acabó viniendo decir que la declaraba, pero no. 
Ahora, como si de una contestación de Groucho Marx se tratase, aquel ha contestado diciendo que “no va a responder a esa pregunta” bla,bla,bla, acusando un exceso de soberbia al pretender ponerse al mismo nivel que el gobierno del Estado. 

En aquellas lejanas fechas, en que deseábamos tener un rato libre para juntarnos con los catalanes y cantar alguna canción revolucionaria, nunca se nos habría ocurrido pensar que la situación pudiese llegar a los extremos que ha llegado. Que por la soberbia y arrogancia de unos pocos se quisiesen eliminar de un plumazo tradiciones y costumbres. 
Aquellos catalanes, quizá padres de los que hoy se empeñan en deshacer su país, contaban con las simpatías del resto de España. Éstos, lo único que conseguirán será despertar a un dragón constitucional que bien debería haber quedado dormido.

A la memoria de Ricardo Gascó.

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