domingo, 4 de septiembre de 2016

La institución del Gorrilla.


Hace ya muchos años, cuando la, ahora vibrante, plaza de la Catedral burgalesa era navegable y se montaban en su superficie unos pollos del siete, la única figura que salía airosa de cualquier lance era el “gorrilla”. Era un personaje particular y con mala cara que, como imbuido por un ojo divino se afanaba en hacer una ordenación del tráfico en aquella zona que para sí quisieran los mejores ordenadores actuales. La cosa era qué, después de buscarte un sitio, normalmente imposible, ponía descaradamente la mano abierta para que le echases unas monedas qué, de aquella, ya se valoraba en los cinco duros. Pero, oh, el ser humano no es agradecido por lo que mirando a aquel hombre con cara de pocos amigos, acabábamos echándole una moneda, no por agradecimiento, sino por miedo a que la situación pudiese empeorar. Tranquilamente le decíamos: échamele un ojo, que vuelvo enseguida”. 

El progreso hizo desaparecer a aquellos “gorrillas” como a muchas de aquellas antiguas ocupaciones que, al albur de los sesenta habían proliferado en toda España. También ha traído grandes aparcamientos y grandes centros comerciales con sinfín de plazas que nos dan una tranquilidad sempiterna a la hora de aparcar sabiendo que, casi siempre, tendremos donde estacionar. A cambio, hemos debido modificar nuestras pautas de comportamiento y aparcar puede ser muy complicado. Ahora tenemos aparcamientos exprés con una duración máxima ínfima para cualquier gestión, aparcamientos disuasorios, máquinas incomprensibles o unos controladores estrictos que nos amenazan a golpe de sanción con los males del infierno si no has renovado tu ticket. 

Pero, ¿este nuevo sistema ha regulado realmente el aparcamiento? ¿Ha mejorado el aparcamiento en las diferentes zonas todo este nuevo sistema basado en el pago por aparcar y en la renovación de los tiempos por teléfono móvil? Lo cierto es que con regulación o sin ella, aparcar es toda una aventura. En el Casco Histórico, porque la mayor parte es peatonal o zona azul, amén del precio de los aparcamientos. En Gamonal, Capiscol, el G3, Villimar…, con zonas de aparcamiento infrautilizadas, sencillamente porque subsiste un sistema propio de aparcamiento que el Ayuntamiento se resiste a suprimir. En La Castellana, sin líneas rojas ni azules, con los coches invadiendo completamente el espacio destinado a los peatones, o por no hablar de la compartida área de estacionamiento de caravanas, en el aparcamiento exterior del Centro Comercial Camino de la Plata. 

Toda esta experiencia exige que se tribute inmediatamente un sistema de acción contra las malas prácticas aparcatorias o la solución será que tendremos que resucitar a los ”gorrillas” para que desatasquen el follón. Tranquilos, todavía surgen gorrillas por muchos lugares de la geografía regional, por no hablar del obligado en los escasos aparcamientos de las playas. Eso sí, luego a aflojar el bolsillo, pero eso, ya lo estamos haciendo. 




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