viernes, 12 de febrero de 2016

LOS GOYA

Han pasado treinta años desde los primeros premios Goya. Aquella ceremonia a la americana donde los fetiches de la época presentaron sus mejores galas a una alfombra roja repleta de lo más granado de la sociedad del cine, marcó las pautas por las que habían de seguir las sucesivas celebraciones. Lo cierto es que faltaba hábito en tales actos, por lo que, sencillamente, se terció copiar lo que entonces era lo máximo: los Oscar americanos. En aquella primera gala, todos pretendieron caer simpáticos y dar atracción. 
Allí conocimos la figura del premio Goya (el cabezón, le vinieron a llamar posteriormente) a quien salía una cámara de cine de una grieta que tenía en la cabeza (algo muy rarito que posteriormente fue eliminado). Ahora bien, se trataba de cine. Sólo de cine. 

El discurso del presidente González Sinde (padre), seguro que no presagiaba los problemas que tendría el cine treinta años después, ni mucho menos que su gala acabase convirtiéndose en un escaparate de conciencias políticas. 

Según el cine español evolucionaba y en ocasiones mejoraba, llegaron las simplezas. Las galas viraron a una palestra de exposición pública donde se exigían derechos y prebendas lejos de las dificultades que afectaban al cine. O se reivindicaban cuestiones que nada tenían que ver con él. Lamentable fue aquel año del “no a la guerra”. 
Con el tiempo, comenzaron las típicas peticiones que luego fueron recurrentes: el tema del IVA cultural al 21% o los resoplidos de los presidentes en su "spech". Pocos olvidarán el discurso del presidente Macho: "hacer películas en España es un acto heroico” sobre la poca venta y la gran competencia enfrente del cine español a la hora de colocar su producto. Quizá no estaba vivo el fraude de taquilla que investiga las subvenciones. 

Este año, en el que no han asistido los Reyes (por lo que pudiera pasar), se ha notado de nuevo el poderío que se auto irroga este colectivo. Un tal Botto allí apalestrado, se atrevió a discutir la personación policial y la puesta a disposición judicial de un grupo de “teatro” que había perpetrado una representación infantil de títeres en la que, amén de una incierta apología del terrorismo, se estaba jugando “culturalmente” con la educación de los niños asistentes. Increíblemente, esta proclama, fue aplaudida por los que allí se encontraban. Cosas del cine.

La nota simpática la dieron nuestros políticos que, una vez pasados por el oportuno photo-cool y apuntados por los focos, nos han enseñado qué, si España se lo merece, se puede cambiar de pinta. 

El cine consiguió que, Pablo Iglesias, ante la ¿presión de Resines?, se presentase en la gala de los Goya con un smoking y pajarita. Allí donde la seriedad protocolaria no lo había conseguido, el mundillo del cine había puesto una pica en Flandes. ¿Qué habrá argumentado Resines para que alguien con la manumisión indumentaria de Pablo Iglesias se haya presentado en la gala de los Goya como un pimpollo? El poder del cine.

No les atosiguemos. Son humanos. Que respiren. Pero estemos vigilantes, eso sí, recordando la conclusión a la que se llega en la magnífica película de Billy Wilder “Con faldas y a lo loco” cuando Daphne le dice a Osgood "No me comprendes, Osgood. Soy un hombre" y Osgood contesta - "Bueno, nadie es perfecto".









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