viernes, 2 de octubre de 2015

LLAMANDO A CHENCHO.

Cuando veo una persona mayor corriendo detrás de un crio o, lo que es peor, discutiendo con él, recuerdo la magistral interpretación que realizó el gran José Isbert en la película La gran familia. Hace el papel de un abuelo que tiene un despiste en la Plaza Mayor de Madrid que ocasiona la pérdida de su nieto, el pequeño Chencho. Con ello aparece la conciencia del anciano de su propia vejez, o de su falta de recursos por la edad y las lógicas repercusiones que tendrá ese despiste.

La crisis, y el paro que llevó consigo, han obligado a las familias a que ambos cónyuges salgan a buscar ingresos, ocupando el abuelo el lugar de guarda y custodia y, en muchas ocasiones, el de sostén familiar. El comienzo de las clases y la permanente problemática del cuidado de los niños, ha hecho florecer abuelos por los colegios y parques de toda nuestra geografía. Son situaciones de emergencia.

Pero no siempre es cuestión de apremio. A veces se complica cuando deja de ser una obligación para cuidar menores en horario laboral y pasa a ser un derecho adquirido de los hijos a tomar a sus padres de la mano y convertirlos en auténticas guarderías volantes. Véase, el abuelo que dice a su hijo: “hijo que nos vamos de vacaciones”, a lo que el hijo contesta: “jo papá, es que estáis todo el día por ahí”. O aquellos abuelos que, ante la desgracia de haber tenido hijos con afán repoblador de la especie -pero sin interés en dejar ni un solo minuto su trabajo o sus partidos de paddel-, se ven obligados a cargar con la tropilla. “No os preocupéis. Si son unos angelitos”. 

Bien, pero, ¿algún derecho tendrán esos socorridos abuelos? Casi ninguno. Poco más que las pocas gracias que les puedan dedicar unos hijos con prisas vertiginosas, atropellados por la vorágine de la sociedad actual que les obliga a trabajar, sin que por ello quieran dejar de ser padres. Reconozcamos que un empleo como éste, al cual prácticamente todos estamos inexorablemente condenados a llegar, no está ni reconocido ni valorado.

Los americanos que para estas cosas son mucho más sentidos, han reconocido esta labor auspiciando el National Grandparents Day (Día Nacional de los Abuelos) o el televisivo Tito Yayo, donde se da carta de naturaleza a ese denostado empleo. Aquí, un poco a remolque, también celebramos el Día del Abuelo, ¿cada 26 de julio? Pocos lo saben. Eso sí, hemos llegado a crear una nueva variedad: las abuelas y abuelos flauta. En fin. 

No hace mucho ponían en la tele un programita en que, aprovechando la cámara oculta y los años, unos actores de mayor edad hacían gamberradas veniales a gente joven, dejándoles perplejos. Quizá sea la merecida venganza al sofocón que pasó el pobre abuelo Isbert, cuando se le veía dando gritos por la calle, llamando a Chencho.

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