Venimos
de Fuentes Blancas entonando nuestro particular pobre de mí al reparar que las
fiestas de San Pedro 2016 han pasado a mejor vida, disponiéndonos a esperar
pacientemente otro largo invierno. La campa ha sido, como siempre, un auténtico
broche de oro a unas fiestas que han notado como nadie los recortes que nos ha
hecho aquella maldita crisis que ahora dicen que ha acabado.
La
feria taurina, escasa. Pocas casetas, cada vez menos. Los fuegos, raquíticos. De
la cabalgata, ni hablar. Los conciertos y la animación de calle han dejado
muchísimo que desear, etc.
Han
acabado unas fiestas pobres, y digo bien, pobres. Han perdido la solera y el
esplendor que un día habían tenido y a la cual concurrían titiriteros de todas
partes llamados por la bonanza de estos festejos. Este año, por no estar, no
estaban ni el pintor de cuadros al spray ni el contorsionista que se ata con
cadenas mientras chorrea al público asistente.
Es
una pena, pero si algo hay que destacar en estas fiestas ha sido que el
burgalés no ha estado ausente. Su proceder y apoyo aun en las peores condiciones
climatológicas, no ha decaído. Ha salido a la calle, ha cantado el himno o ha jaleado
al paso de las peñas, mientras frotaba las manos para paliar en lo posible la
temperatura bajo cero que las suelen acompañar.
El
alcalde, que respiraba satisfecho en su despacho municipal, maquinando como
subir algún impuesto (IBI, plusvalías, multas…) que recuperase el exceso de gasto
de estos días –aun en contra del criterio de Mariano sobre la bajada de impuestos-, no ha debido entrar en esos
pequeños detalles y habrá pensado que es suficiente tomar alguna medida que evite
la responsabilidad de la corte capitalina en la negligente actuación de alguno
de los contratados. Argumento suficiente para lanzar alguna recomendación al
legislador capitalino.
Bien
está prohibir la salida de los bares mientras se están desarrollando los fuegos,
pero la flexibilidad debe imperar. Bien está que se haya prohibido el tránsito a
aquellos cacharros que acompañaban a las peñas en su desfile, obligándoles a
pasar la ITV cómo a todo el mundo. La seguridad de la circulación es
importante, pero también lo es la debida vigilancia que se debe mantener en la asistencia
de menores de dieciocho años que, al albur de la fiesta y marcha, corean el
desfile provistos de su botellón, litrona o cachi de tinto peleón a modo de
parte de su propio uniforme de blusa. Me permitiré una recomendación para
finalizar. En un acto emotivo donde los haya, como el canto del Himno a Burgos
en el Espolón, la policía debería controlar en lo posible la entrada de carritos
de bebé en tales aglomeraciones. Además de pensar en los impuestos, debería
pensar en qué pasaría con esos carritos o bebés en brazos, ante una no esperada
espantada.
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