domingo, 19 de marzo de 2017

Satisfacción por desagravio.


Aquellos tatuajes no presagiaban nada bueno. Siempre mostrándolos, publicando su poder y transmitiendo miedo. Los otros alumnos escapaban de su mirada y su contacto como se escaparía de algo con la fecha de caducidad pasada.

Ese curso llegó el nuevo. Limpio, sonrosado, fuerte. Hijo de un juez de menores que llevaba con honra sus puñetas y que había basado su carrera en la legitimidad y la justicia. En el primer enfrentamiento, el tatuado le rompió todos los dientes y debieron extirparle el bazo. Quedó medio muerto. En breve los autos llegaron al juzgado de menores, una cesta de medidas legales habían dejado abierta la posibilidad de sentencias ejemplarizantes, pero la decepción no tardó en llegar. Su abogado poco o nada pudo hacer. El juez actuó en consecuencia. Poca instrucción y a la calle. Ahora el chico está muy raro. Volver a nacer no le ha sentado nada bien.

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